Ciertas noches al dormir me pongo con el blog / Y tal vez necesito instantes de silencio.
Estos días me ha dado por escuchar a Battiato. Quizá por canciones como esta:
No sirven excitantes o ideologias / Se quiere otra vida.
Estaré desconectado una temporadita. Que no les pillen los atascos esta Semana Santa…
* * *
Propina: Estos días nos hemos reído mucho en casa con dos videos. El primero lo descubrió mi mujer en el gimnasio (la verdad es que es adecuado para un gimnasio, pero no tenían puesta la música, así que lo buscamos en la web). El segundo lo descubrí yo curioseando en youtube. Es imprescindible verlos en ese orden. Ah, y dice mi mujer que les pregunte a cual de los dos piensan que me parezco más. No sé por qué, yo me limito a transmitirselo.
jajaja. Nunca te he visto, pero no sé por qué me pegas más en el segundo vídeo…
JUAS JUAS JUAS JUAS
Me he partido de risa viendo los dos vídeos, por el orden sugerido…
JaaJJAa JAa Va a ser que nos parecemos más al segundo que al primero, más que nada porque el numerito de la farola no es capaz de hacerlo cualquiera.
Y 0tro precioso vídeo (no sé si saldrá):
The Mountain from Terje Sorgjerd on Vimeo.
Pues no ha salido, el enlace es este:
Bastante gracioso, me has alegrado el día Pseudópodo. 😉
Pd: Es la primera vez que veo mencionada a la Sra. Pseudópodo en el blog! Es el tipo de cosa que normalmente asumirías, pero hasta ahora caigo en cuenta de que Pseudópodo Jr. –de quién si estaba consciente– no pudo haber sido engendrado por mitosis.
yo me identificaría con el 2do… si no fuera que son muchas las cuadras que camina!! .-)
Creo que el perfil de escritor es el del segundo vídeo, pero si el tio del primer vídeo escribiera, sería «la leche de bueno». Saludos.
Mens sana in corpore sano.
¿Pero se cultiva tanto la mens cuando el corpore es «demasiado sano»?
Post a cuento, no del tema, sino de la fecha, con un +2 de error impuesto por la Semana Santa [las palabras que en el original aparecen en cursiva, aquí lo hacen entre /barras/]:
-Yo no soy doctor -respondí-. ¿Parezco uno de ellos? ¿Qué le hace a usted pensar eso?
Ella señaló el libro que yo estaba leyendo, cuyo título, /Enfermedades del corazón/, era claramente visible.
-No es necesario ser /doctor/ -dije- para tomarse interés por libros de medicina. Hay otra clase de lectores que están aún más profundamente interesados…
-¿Se refiere usted a los /pacientes/? -me interrumpió, mientras una mirada de tierna piedad daba nueva dulzura a su rostro-. Sin embargo -prosiguió, con evidente deseo de soslayar un tema posiblemente penoso-, no es preciso ser /ninguna/ de las dos cosas para tomarse interés por los libros /científicos/. ¿Quiénes cree usted que contienen mayor cantidad de Ciencia: los libros o las mentes?
«¡Una pregunta harto profunda para una dama!», me dije, sustentando, con ese engreimiento tan natural al Hombre, que el intelecto de la mujer es esencialmente superficial. Y reflexioné un minuto antes de responder:
-Si se refiere a mentes /vivas/, no creo que sea posible decidir. Hay tanta ciencia /escrita/, que ninguna persona viva podría /leerla/ jamás; y hay también tantísima ciencia /pensada/, que no ha podido ser /escrita/ aún. Pero, si se refiere a toda la especia humana, entonces creo que son las /mentes/ las que poseen mayor cantidad de ciencia: todo lo que está recogido en los /libros/ tiene que haber estado antes alguna vez en alguna /mente/, ¿no cree?
-¿No es esa una de las Reglas del Álgebra? -preguntó la Dama («¡También /álgebra/!», pensé con creciente asombro)-. Quiero decir que, si consideramos a los pensamientos como /factores/, ¿no podemos afirmar que el Mínimo Común Múltiplo de todas las /mentes/ contiene al de todos los /libros/, pero no a la inversa?
-¡Claro que podemos pensarlo!-respondí, encatado con el ejemplo-. ¡Y qué gran cosa sería -proseguí, soñadoramente, pensando en voz alta más que hablando- si pudiéramos /aplicar/ esa Regla solamente a los libros! Usted sabe que, al hallar el Mínimo Común Múltiplo, desechamos una cantidad dondequiera que aparezca, salvo en el término en que se eleva a su máxima potencia. Así, pues, tendríamos que borrar todo pensamiento ya registrado, excepto en la frase en que se exprese con la máxima intensidad.
Mi Dama rió alegremente:
-¡Algunos libros se reducirían a papel en blanco, me temo! -dijo.
-En efecto. La mayoría de las bibliotecas disminuirían terriblemente de /tamaño/. ¡Pero piense que ganarían en /calidad/!
-¿Cuándo se hará eso? -preguntó con vehemencia-. ¡Si hay alguna posibilidad de que sea en mis tiempos, creo que dejaré de leer y esperaré que suceda!
-Bueno, tal vez dentro de cien años o algo así…
-¡Entonces no me sirve de nada esperar! -dijo la Dama-. Sentémonos. ¡Uggug, mi cielo, ven y siéntate a mi lado!
CARROLL, Lewis. Silvia y Bruno. Trad.: Santiago R. Santerbás.
Ed. Anaya, Madrid, 1989. Pág. 47, 48.
Feliz Día del Libro
Y muchas gracias por tu blog -que, sin mostrarme salvo en una ocasión, sigo desde ya unos años.
Apareció, el blog, a la llamada de google cuando buscaba sobre Grothendieck (eras el primero o segundo de la lista, no sé si seguirás por ahí); y este, a su vez, había aparecido leyendo «La música de los números primeros». Así que cuando hace año y medio apareciste comentando el libro, el blog resplandeció como un anillo perfecto.
También por todo esto, tomó forma el blog de mancha de vino en la camisa cuando, hablando sobre tus «Pequeños fracasos», concluías que la grandeza (métrica) de una entrada, al final se medía en número de comentarios suscitados; lo que dejaba lejos en la bahía a los que, sencillamente, salían del baño en pseudópodo chorreando evidencias, iluminaciones, o temas de conversación para discutir entre los amigos. Aunque rápidamente se entendió que el blog, brotado como jardín de encuentros, como jardín no podía tomar en cuenta a estos bañistas.
Sobre participar en ese hontanar de los comentarios, mi caso, de manera totalmente egoísta -no se dude-, recurre al «preferiría no hacerlo». El primer comentario del que tu blog tuvo la fortuna de librarse era a propósito de la Ciencia Pop: un pequeño hallazgo de arqueología bibliográfica, cuyo interés residía tan solo en el quizá, de que quizá fuese el brote primero, madre de los actuales esquejes: «Religión y ciencia», de B. Russell (1935) -el paréntesis, claro, aquí es de los más importante-, donde ya actúan de protas Giordano Bruno, Galileo y la malvada enturbiadora Religión.
Hubo otros, con el paso en falso de hace unos meses desatado por la «Introducción a la Filosofía», de Julián Marías; que provocó tu generoso «He de leer ese libro», aunque ni había sopesado la osadía de hacerte una recomendación de lectura. Este resbalón tuvo un piruético coletazo hace poquito, cuando uno de tus comentaristas, de esos que sí te escriben, escribió una muy interesante digresión u off-topic sobre Nietzsche, el lenguaje y las realidades virtuales que entrenan a Pérez-Reverte en la Isla del Tesoro para bregar en Sarajevo: quedaba planteado el leguaje como realidad virtual; ahí me dije, «Vaya, acaso no estaría de más recomendar ese libro que sin pretenderlo quedó recomendado», que equipa a uno con trastos intelectuales como la idea de «Interpretación de la realidad»: «… el hombre se encuentra ya desde luego en un estado de creencias y opiniones respecto a la realidad… Es ilusorio todo intento de adanismo… no podemos pensar en ningún contacto con la realidad sin que se interponga entre ella y nosotros todo un repertorio de ideas y creencias, de interpretaciones… No podemos prescindir de las interpretaciones…; al revés: tenemos que tomarlas en consideración y dar razón de ellas… son las estructuras previas con las cuales manejo y considero la realidad, de las que me sirvo para moverme entre ella y -en un primer estrato- para entenderla…». Tocaría después desprender, rasca que te rasca, esa pátina para descubrir la desnudez de la realidad, pero esto, ahora, ya es disgregarse más allá de toda disgregación aceptable.
Y en fin, este matroteto, excusado en el agradecimiento (sincero, absolutamente), esconde un complejo de hormigón armado: pretende asentar una base de cierta solidez para que tenga algún sentido, esta vez sí, proponerte una recomendación (algo así, si se me permite, como un «regalo del Día del Libro»): la recomendación está sesgada, me temo, por mis gustos subjetivos -este aviso sería perogrullesco si el estrabismo que lo provoca no resultase tan acentuado: como has dejado por ahí escrito, con mejores palabras, una variación suficiente en la cantidad comporta una variación de la cualidad: sube un grado la temperatura del agua, y no pasará nada; sube otro; y otro, y otro más, y cuando llegues a cien en lugar de un charco tendrás una nube-, pero está cargada con un arsenal de accesorios de serie que me da que te encajan: el prota es un profesor universitario, y de vez en cuando se le escapa alguna reflexión sobre su tarea; el autor del libro, después de pensada esta recomendación, apareció en papel estelar en tu blog, y no deja de salir cada pocos capítulos como estrella invitada; (una de malaje:) sin ir por ahí, deja en sus vergüenzas uno de los títulos más famosos del famoso autor de las «sagandeces» (aquí sin ambajes: ¡gracias por esta palabra!); sin contar, por supuesto, que es un libro estupendo que te hace disfrutar exultantemente (si existe tal categoría del disfrute). Basta ya de torpes suspenses: levántese este rídiculo -e inmerecedor de tu perdón- pañuelo mágico de envolver regalos: «LA VOZ DE SU AMO», DE STANISLAW LEM. Con la nota, que la longitud misisípica de este comentario tizna de vergonzosa mendacidad, de que, en realidad, no me atrevo a recomendarte un libro entero, aunque el libro bien lo valga, porque sigo sin creerme con derecho a ello, a inmiscuirme en tu dieta de lecturas: sólo oso sugerir que, de aquí a tus diez o quince próximos libros, me parece que sería estupendo que hubieras podido arañar tiempor para leer el prólogo de ese libro: antes de ese prólogo, estaba yo en la creencia en «la realidad platónica de los entes matemáticos»; la abandoné tras él -aunque ahora, después de lo menos cinco años, me la replanteo a la vista de una frase arrojada al desgaire por Ortega-; en todo caso, si no me equivoco, tú compartías esa creencia, y seguro que, si un día te da el Cercanías por ahí, no dejas de sonsacarle algún interés al amasijo de palabras disparado por Lem.
Disculpa por esta desmedida intrusión, y recibe, una vez más, mi agradecimiento por tu blog:
Muchas gracias, pseudópodo.
(Y, en lo posible, que este comentario no sea un barco de anfetaminas para ningún homúnculo traidor
-sin el menor gusto sobre jardines).
Amigos, no entiendo por qué esta unanimidad cuando ninguno me conocéis en persona. Estáis llenos de prejuicios, aunque la verdad es que… sí, habéis acertado. Como el segundo pero con más canas. Eso sí, que conste que mi mujer dice que mi cerebro es tan ágil como el cuerpo del primero 😉
Por cierto, francisconoma: muchas gracias a ti. Con tu comentario mi vanidad se ha inflado de tal manera que ha asciendido como un globo a la estratosfera. De hecho, ayer no contesté por eso, y casi me dan ganas de jubilarme después de leerlo: como bloguero no puedo aspirar a más. Naturalmente que leeré a Lem (y te agradezco también que te hayas encargado del tradicional homenaje al día del libro. Este año, con la Semana Santa y la desconexión, se me había pasado).
Lo malo es que tener a raya al homúnculo va a ser más difícil que nunca. A lo mejor necesito otro barbecho…
Tras este aviso de “posibilidad de barbecho” quizá debían producirse un motón de “por favor, no”.
Este es el primer comentario que se me ocurrió: “No nos dejes en ayunas”. Pero luego lo he pensado mejor y no estoy seguro de si no quiero pasar un poco de hambre.
En ocasiones uno pasa unos días esperando y luego tiene que llenarse el estómago con un post sobre “la importancia del número siete” o sobre “cómo numerar de modo más eficiente las fotos”. Que se queda uno con hambre, quiero decir.
Sin embargo, es natural que uno no pueda escribir la Crítica de la Razón Práctica cada semana, ni siquiera cada 15 días. Aunque se sea Pseudópodo. Y mi problema es que quizá espero de demasiado.
Por otro lado, es bueno que las entradas sean regulares y periódicas (aunque su calidad sea regular y su tema los números periódicos quiero decir). Solo si uno tiene la costumbre y la disciplina de escribir puede acertar más unos días que otros. Unicamente si uno se conserva siempre pensando a la caza a de nuevos post puede algún día escribir uno genial.
Solo si uno se mantiene constante conserva a sus “lectores-colaboradores”, y estos también dan color e interés al blog. Mi experiencia es que cuando uno recibe respuestas se siente más animado a escribir y por tanto si uno deja de escribir y pierde la retroalimentación de algún modo está perjudicando sus futuras posibilidades. Hasta el punto que un día puedes no necesitar escribir. He vivido esa experiencia. Sabes que en tu caso nada me disgustaría más.
Conclusión: que no sé qué decirte. Barbecho ¿si o no? En todo caso no pierdas el objetivo. Si un silencio provisional puede beneficiar al blog, con cosas más pensadas o mas elaboradas, con más cosas leídas, hazlo. Si por el contrario puede volverte perezoso, puede quitarte estímulos para escribir, puede acostumbrarte a la inacción, por favor: no.
Joder, Pseudópodo, cómo te puede gustar Franco Patato, qué personaje tan insoportable y qué canciones tan horribles…
El hombre del primer enlace será muy ágil, pero no puede decirse lo mismo de su habilidad para cerrar puertas: véase el comienzo del vídeo.