Slow tech

Prometo olvidarme del tema del SP por una larga temporada… Pero antes de desconectarme este puente quería dejarles un vídeo que en mi opinión da en el clavo. Está en ingles, pero aquí viene el texto, más o menos.

Joe Kraus no es ningún ludita sino un empresario de internet. Eso creo que da mucho valor a sus palabras.

Más sobre slow tech en slowtec.org, en esta página (con referencia a los hijos) y en este artículo de El País.

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7 respuestas a Slow tech

  1. isidro dijo:

    He leído el texto de Joe Kraus y no he advertido ninguna diferencia sustancial con lo que yo he dicho del SP. ¿Qué he dicho?
    1. Que muchas personas están enfermas de la atención por culpa de lo altamente adictivo que es el SP.
    2. He dicho (y Kraus confirma con cifras) que a los chicos les va peor que a los adultos.
    3. Y he afirmado, por fin, que si seguimos así, enfermos de la atención, peligrará nuestro futuro y la ciencia, pues no habrá casi nadie capaz de centrar la atención en el estudio ni en cosas que exijan reflexión profunda, ya hablemos de Leibniz, Pitágoras o lo que sea.
    Ojalá Kraus tenga más éxito que yo, porque yo vengo advirtiendo de estas cosas sin que casi nadie me preste atención: es lógico: es que la atención está enferma.

  2. Un lector dijo:

    Internet limita nuestra capacidad de atención porque es un medio en el que nos acostumbramos a estímulos constantes, no está diseñado para reflexionar y centrarse en una cosa. Pondré un ejemplo: yo no sé si a vosotros os pasa lo mismo, pero tengo comprobado que yo soy incapaz de leer más de una o dos noticias enteras en un periódico digital, algo que sí puedo hacer con un periódico escrito. Al navegar en internet, cuando te quieres dar cuenta acabas en cualquier sitio menos aquel por el que abriste el navegador.

    ¿Y qué mejor ejemplo de eso que las redes sociales? Yo creo que son la fuente de distracción más grande. Cuando alguien habla de las bondades de las redes sociales suele referirse siempre a la capacidad que tienen para facilitarnos mantener el contacto con personas que están muy lejos. Posiblemente sea cierto, pero el verdadero éxito de las redes sociales no se debe a eso sino a que proporcionan una forma de «compartir» lo que queramos con el mayor número de personas y sólo dándole a un clic. ¿Por qué lo hacemos? ¿Por qué necesitamos contarle que hemos ido de viaje a esquiar, que estamos leyendo un libro en concreto, o que nos gusta un determinado vídeo, a más de 100 (o incluso 1000) personas a la vez? Yo tengo la sensación de que el motivo es que nos proporciona un estímulo inmediato: la gente responde, la gente le da a «me gusta», la gente comparte.

    Es de nuevo un mundo de interacciones constantes que nos simplifica la sensación de estar «conectado» con otras personas, algo que todos necesitamos, sin las servidumbres de las conexiones reales. Porque, ¿realmente nos importa que esas 1000 personas o 200 personas sepan todo eso? ¿Acaso no tenemos en realidad tiempo para hablar de aquello que queremos con las personas que realmente nos importan? Claro que sí. ¿Quedaríamos con el resto de esas 200 personas para hablarlo con ellas? Y alguien siempre podría decirme: «no lo haríamos porque el tiempo es limitado, y eso es lo que viene a cubrir internet». Acepto el reto: supongamos que no tuviésemos limitación de tiempo, ¿quedaríamos en todo caso con todas esas personas?

    Whatsapp y similares. Son productos que sirven en buena medida para comunicar tonterías, ya que la mayoría de las veces es en eso en lo que pensamos, en tonterías, en nuestras tonterías, en esas tonterías que nos hacen ser quienes somos. El problema no son las tonterías o cosas sin importancia, el problema es la necesidad de comunicación inmediata, de obtener el estímulo proveniente del resto del mundo que nos responde a nuestras tonterías, y obtenerlo de forma sencilla e inmediata: lo llevas en el bolsillo. Se pasan vídeos, fotos, comentas noticias chorras, o los chismes del día, o cualquier cosa; la mayor parte de las conversaciones que mantienes en whatsapp (aquí hablo como joven, pues con menos de 30 años así me considero, y relativamente adicto a wahtsapp) son perfectamente suprimibles de tu vida sin que se fuesen a resentir ni tus relaciones con las personas con las que las mantienes, ni tu experiencia vital o tu felicidad.

    Pero es adictivo, claro que es adictivo, es enormemente adictivo. ¿Por qué? Yo creo que ahí está el quid de la cuestión: somos seres sociales. Necesitamos relacionarnos, contar nuestras tonterías, hablar de nosotros, de nuestra visión de las cosas, de lo que nos preocupa… aunque en «sí mismo» todo eso carezca de valor en términos absolutos. Necesitamos dar sentido a nuestra existencia, nuestra vida, a través de los otros, porque «en sí misma» carece de valor en términos absolutos. ¿Qué somos en este mundo sino un puntito de miles de millones que han venido y vendrán? Necesitamos sentirnos apreciados e importantes para los demás, y hacer lo propio con ellos, sentir que si pusieran una bombilla que se encendiese cada vez que alguien piensa en nosotros esa bombilla no se quedaría apagada la mayor parte del tiempo. Los IP, a través de whatsapp nos proporcionan una forma irreal de sentir todo eso, a todas horas y sin el esfuerzo de construir relaciones reales.

    Está claro que toda la revolución digital, en sus múltiples facetas, nos permite tener acceso a cada vez más información, y eso es algo que yo valoro (más allá de que a la vez tengamos el problema del exceso y de la inmediatez de la información, pero esa ya es otra cuestión). Sin internet sería imposible que hoy estuviese aquí escribiendo este comentario, por ejemplo, lo cual me hace pensar: ¿por qué escribo este comentario? ¿qué me impulsa a dejar mis impresiones, en absoluto novedosas, en absoluto interesantes, con personas a las que no conozco de nada? ¿Tiene sentido realmente que lo haga?

    Pero centrándolo en el aparatito en cuestión, los IP no hacen más que ponerte en el bolsillo el acceso a todo ese potencial de distracción en internet, todo ese potencial de distracción en los «whatsapp y demás», más los juegos, las aplicaciones… Y cada vez necesitamos, en todos los órdenes, mayor frecuencia de estímulos. La consecuencia lógica es que cada vez nos cueste más concentrar nuestra atención en actividades que son más exigentes (no ofrecen un incentivo, un premio, un estímulo tan rápido a nuestra conducta), que nos cueste apartarnos un segundo y pensar. Es como una droga porque genera síndrome de abstinencia (lo que dice en el vídeo del domigno, es muy duro desengancharte un día) y en la medida en que limita otras facetas importantísimas de nuestra condición de personas, que no pasan por estar todo el día «conectado», es perjudicial (la imagen de los músculos me ha parecido graciosa en ese punto).

    Yo tengo la sensación de que la necesidad que tenemos de contar cosas, de exteriorizar nuestra vida y lo que nos sucede, nuestras experiencias (hoy todo es una experiencia) es cada vez mayor, y nuestra capacidad para centrarnos en nutrir nuestro propio ser de aquello que realmente nos importa y nos haría tener cosas valiosas que aportar y compartir menor. En cierto modo no deja de ser una manifestación más de esa tendencia tan arraigada a querer parecer, muchas veces por encima de ser. Somos seres sociales, sí, pero centrarnos sólo en eso tiene sus contraindicaciones, y los IP vienen a incidir en esa cuestión. Creo.

    Aquí lo dejo, disculpadme por la extensión desmesurada del comentario y por el desorden de las ideas, las he ido plasmando conforme me venían a la cabeza. Ah, y felicitar a Pesudópodo por el blog, entro de vez en cuando para ver si hay alguna cosa nueva y nunca me llevo la sensación de haber perdido el tiempo.

  3. Un lector dijo:

    PD: No queda claro en mi comentario, pero doy por supuesta la enorme contradicción que existe entre ese estímulo inmediato de estar «conectado» con todo el mundo y el hecho de que al mismo tiempo nos desconectamos de lo que tenemos más cerca.

    Es decir, para mi 1- con internet sufre nuestra capacidad de atención por las propias características del medio 2- los IP nos limitan la capacidad de atención porque llevamos en el bolsillo ese mundo de estímulos inmediatos y constantes que, en sí mismos, hacen que cada vez sintamos mayor ansiedad ante la falta de estímulos (lo que habla en el vídeo de «gap times» y el síndrome de abstinencia del domingo); entre ellos, el fundamental sería el wahstapp o similares por los motivos que comentaba de las interacciones continuas. 3- Ambas cosas hacen que nos sea más difícil centrarnos en otras actividades que requieren mayor reflexión, más pausa, y que ofrecen un incentivo menos rápido; lo segundo, además, afecta incluso a nuestras «conexión» con el mundo real, con las cosas y las personas que tenemos delante de nuestras narices

    Por recapitular de algún modo, que con tanto desorden no quedaba muy claro.

  4. isidro dijo:

    Me parecen muy acertadas sus reflexiones, Un lector. Creo que fue Hume quien dijo algo así como que el mayor deseo de todo hombre es ser bienquisto. Todo el mundo quiere su minuto de gloria: su minuto de televisión. El móvil o el ordenador consigue remedar ese minuto de gloria televisiva. La gente espera que los demás lo estimen pulsando el icono de “me gusta”. Nada de malo hay en aspirar a ser afamado y estimado por los demás. Lo malo es que hoy, en cierto modo, podemos conseguir esa atención social simplemente por publicar las fotos de una excursión a los Pirineos. O podemos conseguir esa atención social por el simple hecho de participar en un programa basura o un Gran Hermano. Es decir, ha bajado el coste de la fama hasta límites tan irrisorios que cualquiera puede aspirar a la fama o, al menos, a una atención social mayor que la que jamás en tiempos anteriores ningún simple mortal pudo conseguir. Ya no hay que hacer algo de valor extraordinario para merecer el foco social. Basta con publicar naderías. Somos, pues, adictos a la atención social. O potenciales adictos. Competimos por la atención de los demás. Y es una competición tan apretada que no tenemos tiempo para elaborar un producto de calidad. Nos basta ya con una simple nadería. Se cumple el apotegma del obispo de Berkeley: “ser es ser percibido”. Si no nos hacemos percibir nos sentimos aislados, es cierto. Sin embargo, el cuadro no está del todo completo, porque esto no explica fácilmente el hecho de que haya tantas personas (en especial jóvenes) absortas en las pantallas móviles estando rodeados de amigos. Para explicar este aspecto conductual hay que recurrir a la psicología conductista que explica la cuestión de los refuerzos. Y ésta nos dice que uno de los mejores métodos de enganchar al sujeto es dándole incentivos aleatorios, de cuando en cuando. Y aquí el incentivo es oír el pitido del móvil que indica el ingreso de un nuevo mensaje.
    El resultado de todo esto es que nuestra mente es cada vez más frágil, ansiosa, impaciente y menesterosa. Que nuestros yoes son cada vez más caprichosos: esperamos el aplauso por nada. También nos ofrece cosas muy buenas, por supuesto. Pero cualquier bien posible palidece si, a cambio, hemos caído en las garras de una adicción. Enfermar de la atención es terrible. Por cierto, nos dijo el otro día el telediario que el número de accidentes al volante provocado por la adicción al móvil supera la suma de accidentes provocados por la ingesta de alcohol y el exceso de velocidad.

  5. Ana Márquez dijo:

    Excelentes artículo, vídeo y comentarios. Yo tengo un par de anécdotas también. Hace poco vino a visitarme una vecina que venía con su hija de dieciséis años. No lo cronometré, pero digamos que en casa estuvieron alrededor de una media hora. La niña, que venía con el Smartphone en la mano («acariciándolo con las uñas pintadas» :-)) y unos auriculares blancos la mar de «fashion» colgados del cuello, como si de un médico con su fonendo se tratara (igual esto es normal, pero a mí me chocó). La chica se sentó en una silla frente a mí y la madre a su lado. Cuando llevábamos unos cinco minutos de conversación, la jovencita va y sin decir ni pío, eleva el auricular de su cuello a sus orejas y, a partir de ese momento, se limitó a asentir con la cabeza sonriendo cuando se le hacía algún comentario directo… ¿Es posible que esa cría no pueda vivir sin la música de su aparatito durante más de diez minutos?

    Tengo otra anécdota, y esta, para mi vergüenza, la protagonizo yo misma: la semana pasada participé en los actos del Día del Libro, presentando mi último trabajo en el instituto de enseñanza secundaria donde yo estudié en mi lejana adolescencia. Tengo muy buenos recuerdos de ese centro, puedo decir casi sin ninguna duda que allí pasé los mejores años de mi vida. No había vuelto en las últimas tres décadas. Bien, pues, cuando el acto de presentación acabó, y todos los alumnos se marcharon, mientras esperaba a que vinieran a buscarme, me quedé sola en el patio del edificio, un lugar, como digo (esto es importante para entender lo que trato de explicar), muy querido para mí… ¿Qué hice? Fotos. Cogí mi móvil e hice unas cuarenta y cinco fotos desde todos los ángulos posibles y algún que otro vídeo. No paré de darle al botoncito hasta vinieron a buscarme y me tuve que marchar. Cuando llegué a casa experimenté una extraña desazón: no sé si alguna vez voy a volver a ese centro donde fui tan feliz, no sé si seré de nuevo invitada a dar alguna charla, seguramente no, y en lugar de disfrutar de la estancia en aquel paraje añorado, en lugar de rememorar los recuerdos felices que atesoro, mientras olía el aroma de las flores, oyendo el susurro del viento en las palmeras, en lugar de pasármelo pipa disfrutando el momento… voy y me pongo a hacer fotos como una descosida (como una gilip… valdría decir) perdiéndomelo todo. Porque, estarán conmigo, ver las fotos después no es lo mismo.

    En fin, perdón por los fallos ortográficos y de sintaxis, pero debo irme a dormir y voy con prisas… A ver si me da tiempo de echar un vistazo al correo antes de acostarme 😉

    Un abrazo Don Pseudo y la compañía.

    (Soy la misma «Ana» de siempre, sólo puedo entrar desde la cuenta de Facebook)

  6. Epicureo dijo:

    Pues es muy razonable lo que dice el video, y me gusta esa idea del día sin tecnología, aunque en la práctica es inútil, claro. No puede funcionar una solución basada en la autodisciplina para un problema que se debe, precisamente, a la FALTA de autodisciplina. Si eres capaz de seguir ese consejo, no lo necesitabas. Ya sabemos que la solución a la obesidad es hacer ejercicio y comer menos; pero es que el problema no es la obesidad en sí, sino la propensión de la gente a comer demasiado y moverse lo menos posible.

    En ese error (o engaño intencionado) suelen caer los muchos aspirantes a gurú que han invadido las antaño interesantes TED Talks. La gente suele caer en la trampa porque lo envuelven muy bien en argumentos, y porque todos nos creemos más listos y voluntariosos de lo que somos. Pero en nuestros trasteros languidecen cajas de libros de autoayuda y aparatos de gimnasia apenas estrenados, demostrando lo contrario.

    Todos tenemos anécdotas buenas y malas sobre la tecnología y el SP. En este contexto, lo normal es que salgan las malas. Pero a mí la Internet y el SP me han permitido recuperar el contacto con gente a la que no veía hace décadas, por ejemplo compañeros míos de la escuela, y preparar encuentros muy placenteros en la «vida real». También me permiten trabajar la mitad de los días desde casa. Eso compensa muchas cosas.

  7. pseudópodo dijo:

    Con retraso, como (casi) siempre: gracias a Un lector por los comentarios, muy oportunos y muy bien sintetizados al final (y bienvenido, por cierto). Me ha gustado la imagen de sentir que si pusieran una bombilla que se encendiese cada vez que alguien piensa en nosotros esa bombilla no se quedaría apagada la mayor parte del tiempo. Eso es lo que ofrecen las redes sociales, y en cierto modo es una regresión respecto a lo que se supone que es ser adulto: ser autónomo y no depender del feedback constante de nuestra mamá (aquí, nuestra “red social”) para sentirnos válidos y en lo correcto.

    isidro, creo que es muy importante el factor de “premio aleatorio”. He buscado algo sobre “random payout” y he encontrado, por ejemplo, este artículo, donde hablan de la adicción al juego. Creo que es interesante porque cuando hablaba hace dos posts sobre la “epidemia del SP”, podía parecer una trampa presentar el Smartphone como una sustancia adictiva. Pero no hace falta que haya una “sustancia” para que haya adicción: la ludopatía ya está catalogada en el DSM como tal, un trastorno obsesivo compulsivo cuya fuerza radica en el refuerzo aleatorio (“the random reinforcement provided by gambling is actually the strongest form of conditioning, well ahead of a consistent reward). Y eso es justo lo que pasa con las redes sociales: las bombillitas que se enciende cada vez que alguien piensa en nosotros, las luces de “premio”, nos proporcionan un refuerzo en instantes imprevisibles. De hecho, hay quien recomienda usar esto como estrategia deliberada para “crear contenidos aditivos”.
    Como dice Kraus en el minuto 6:34, lo alucinante es que ¡les damos estas máquinas adicitvas a nuestros niños…!

    Ana: te ha pasado a ti, pero el que esté libre de pecado que tire la primera piedra. Pero precisamente porque es un problema de falta de disciplina es una buena idea lo del día desconectado, Epicureo. De lo que se trata es de “externalizar” el esfuerzo. Si se convierte en una norma de la familia, ya no es algo que haces tú con tus propias fuerzas, es “lo que se hace”. Y si se extiende y lo hacen tus amigos, mejor aún.

    Claro que con eso de que puedes trabajar la mitad de los días desde casa… entiendo que mires con tan buenos ojos a internet. Eso no tiene precio.

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