La imagen corriente del mundo asume que las cosas son como parecen: nuestros sentidos nos informan sobre la realidad, y a partir de esa información objetiva, la ciencia («sentido común organizado», dijo T.H. Huxley) descubre las neuronas, el ADN, los átomos…: todo lo que hay.
Hay muchos propagandistas de la ciencia que quieren presentar este panorama como apasionante, pero lo cierto es que resulta bastante anodino. Es anodino el método (percibimos los hechos / los hechos son objetivos / la ciencia es sentido común…) y es anodino el resultado (Como dijo Whitehead: Nature is a dull affair, soundless, scentless, colourless; merely the hurrying of material, endlessly, meaninglessly). No es extraño que la ciencia no logre ser atractiva: por muchas ferias que se le dediquen, esta ciencia que desencanta el mundo es una aguafiestas.
Pero la imagen corriente del mundo está equivocada. Ni percibimos hechos, ni las cosas son lo que parecen, ni la ciencia es sentido común.
En este blog, sin pretenderlo, he ido publicando una serie de entradas que perfilan esas ideas. El origen de varias lo expliqué en Hombrecillos, ratas y movimientos sacádicos: así se hizo. Me permito aquí resumirlo, a modo de guía, añadiendo alguna cosa (los enlaces en negrita son a posts de este blog).
Hace ya bastantes años compré un libro titulado Design for a life en una librería de viejo en Charing Cross Road. Lo compré porque sólo costaba 50 peniques y porque uno de sus autores se apellidaba Bateson (pero no era Gregory). Allí encontré una historia que me resultó sugerente, y que cuento en El caso de las ratas manipuladas. Lo que me sugirió en su día esa historia lo apunté en un cuaderno, que reencontré hace unos meses, y copié en El 99% es común pero no lo vemos.
Pero en esa anotación del cuaderno también me refería a algo que había leído en la Introducción a la psicología de G.A. Miller: la idea de que, aunque un árbol tuviera una vista igual a la humana, sería incapaz de construir una visión del mundo ni remotamente similar a la nuestra, debido a que no puede moverse. Así que desempolvé el libro para buscar lo del árbol y me llamó la atención esto:
De hecho, si los ojos del árbol fueran exactamente como los nuestros, no vería nada más que movimientos: cuando una imagen visual se estabiliza por completo en la retina de nuestros ojos, de forma que continúa estimulando las mismas células receptoras visuales, la imagen desaparece por completo en 20 o 30 segundos.
A partir de esto me puse a releer los capítulos sobre percepción de este libro y empecé a escribir. Quería contar cómo la imagen “realista ingenua” que tenemos de la percepción no se sostiene. De ahí salió El hombrecillo que mira la retina, pero se me quedó en el tintero contar lo que más me había llamado la atención: la invisibilidad de lo inmóvil (incluida una demostración) en otro post).
Pero tras los posts sobre el hombrecillo, las ratas y los movimientos del ojo, lo que hay es una idea, la persecución de una intuición, que ya aparecía en la anotación original del cuaderno y que intenté explicar más claro en la segunda moraleja del caso de las ratas manipuladas: que lo realmente importante puede que nos pase desapercibido porque, al permanecer fijo, no nos damos cuenta de sus efectos. Y el apunte a “los ojos del árbol” me interesó mucho porque descubría algo similar a un nivel más básico, en la propia percepción: la idea del “99% común” es, para el ojo, la idea de la “invisibilidad de lo inmóvil”.
La idea de un 99% invisible, esa especie de materia oscura para nuestras percepciones, es un antídoto contra el reduccionismo materialista que achata el mundo (Thomas Nagel: el mundo es más que física). La expresión «mundo chato» la ha usado Ken Wilber para referirse a «la idea de que el único mundo que existe es el mundo sensorial, empírico y material, un mundo en el que no existen dimensiones superiores ni dimensiones más profundas, ni tampoco, por cierto, estadios superiores de evolución de la conciencia: el mundo chato y desvaído de las formas sensoriales ininterrumpidas, el mundo anodino de las superficies monótonas y carentes de valor».
¿Qué alternativa tenemos al mundo chato? Una realidad multidimensional, una manera muy diferente de entender «el espejismo de Dios» y muchas cosas más: un mundo, en definitiva, interesante.
Sospechaba que lo del mundo chato provenía de Wilber, lo cual me congratula. El bueno de Ken ha sido menospreciado habitualmente por los integristas del cientifismo pero posee unas intuiciones agudas y un saber holístico, en el mejor de los sentidos.
Después de años leyéndole -y enterándome de un 30% de lo que decía- retomé el mes pasado «Gracia y coraje» y me satisfico ver que, ahora sí, empezaba a entender mucho de lo que allí se explicaba. ¿La clave? La experiencia directa más que la elucubración mental.
Y hasta aquí puedo leer.
Dale caña al mundo chato. Me tienes a tus podos.
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El imaginario popular sobre la ciencia es que ésta presenta el mundo desde una perspectiva simplista. La razón que halló en tal apreciación es un fundamento de «sensibilidad». Pues al no vivenciar las experiencias sentimentales -euforia, locura, amargura…- como se hace con el arte, se establece una tendencia a relegar los logros científicos -v. gr. la fecundación in vitro-. Otro aspecto que justifica aún dicho imaginario es el «desconocimiento». Éste nos lleva a formular prejuicios sin percatarnos de la naturaleza de una investigación científica, de su efecto para la sociedad. El conflicto entre la realidad sensitiva y la realidad cientifíca se haya en imponerse una sobre la otra.
Pdt: Muy interesante su espacio de ideas!