La felicidad no da la felicidad

Una historia judía cuenta que un joven solicitó a su padre permiso para casarse con la señorita Katz. El padre se opuso. Pero el hijo respondió que sólo podría ser feliz casándose con la señorita Katz. La réplica del padre fue: “¿Ser feliz? ¿y de qué te servirá eso?”

En efecto: la felicidad no da la felicidad. Ese el tema, en resumen, de El arte de amargarse la vida, de Paul Watzlawick, que es de donde he sacado la historia. La cita de Dostoievski que abre el libro nos permite empezar a entender la paradoja:

«¿Qué puede esperarse de un hombre? Cólmelo usted de todos los bienes de la tierra, sumérjalo en la felicidad hasta el cuello, hasta encima de su cabeza, de forma que a la superficie de su dicha, como en el nivel del agua, suban las burbujas; déle unos ingresos que no tenga más que dormir, ingerir pasteles y mirar por la permanencia de la especie humana; a pesar de todo, este mismo hombre, de puro desagradecido, por simple descaro, le jugará a usted en el acto una mala pasada. A lo mejor comprometerá los mismos pasteles y llegará a desear que le sobrevenga el mal más disparatado, la estupidez más antieconómica, sólo para poner a esta situación totalmente razonable su propio elemento fantástico de mal agüero. Justamente, sus ideas fantásticas, su estupidez trivial, es lo que querrá conservar…»

El problema, claro está, es que a un hombre no le podemos dar la auténtica felicidad: sólo le podemos dar todos los bienes de la tierra. Pero la felicidad se le escapará, porque la felicidad tiene una peculiar propiedad: no se puede conseguir con una búsqueda directa. Como la naturalidad que buscaba Stendhal, sólo puede ser sobrevenida.

La naturalidad y la felicidad pertenecen a la elusiva categoría de los estados que son esencialmente un subproducto (así los llama Jon Elster en Uvas amargas).

Leslie Farber enumeraba una larga lista de tales estados, que quedan fuera del alcance los esfuerzos de nuestra voluntad:

Puedo querer el conocimiento, pero no la sabiduría; irme a la cama, pero no dormir; comer, pero no el hambre; la mansedumbre, pero no la humildad; la escrupulosidad, pero no la virtud; la autoafirmación o la bravura, pero no el coraje; el sexo, pero no el amor; la conmiseración, pero no la simpatía; las congratulaciones, pero no la admiración; la religión, pero no la fe; la lectura, pero no la comprensión.

Esta lista deja claro que no se trata de un fenómeno en absoluto marginal. Todo lo más valioso es un subproducto. Y siendo así, ¿qué hacemos con el sueño ilustrado de que podemos perseguir conscientemente nuestra felicidad?

***

Este post -que al final ha ido por otros derroteros- iba a ser un homenaje a mi admirado Paul Watzlawick, que me acabo de enterar de que murió en marzo de este año. Watzlawick me descubrió muchas cosas en una época que fue decisiva para mí. Volveré a hablar de él. De momento, les recomiendo Cambio, un libro imprescindible (El arte de amargarse la vida está en pdf aquí, pero es una obrita menor y no todo el mundo entiende su ironía).

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4 respuestas a La felicidad no da la felicidad

  1. Wonka dijo:

    Me parece una idea excelente la de la felicidad como subproducto de otros afanes. Me la apropio 🙂

  2. Gracias por tu interesante post. Y más interesante es la afirmación que realiza el autor en la introducción y con la que estoy completamente de acuerdo. (Ya era hora de que algún literato me confirmase esa vaguedad que me decía que esta sociedad esta construida a propósito para dos tipos de personas: los felices ignorantes, y los esquizofrénicos cuerdos …):

    […]los Estados también se han impuesto la tarea de configurar la vida de los ciudadanos de modo que ésta, desde la cuna hasta la tumba, sea segura y chorreante de felicidad. Pero esto sólo es posible mediante una educación sistemática del ciudadano que le haga incompetente en la sociedad.

  3. loiayirga dijo:

    He leido el de «amargarse la vida». Muy divertido e interesante. Si el tiempo y las circunstancias lo permiten a lo mejor me meto con «Cambio».
    En tiempos también lei unas cosas del mismo autor sobre las paradojas pragmaticas del mentiroso. La orden «Sé espontaneo» sería una de esas paradojas.

  4. pseudopodo dijo:

    Pues animate con «Cambio», ya verás cómo te gusta. Parece un libro de psicología -o psicoterapia- pero es otra cosa mucho más interesante: una teoría de como se forman y se resuelven los problemas, a todos los niveles. Y aunque es mucho más sistemático que «El arte de amargarse la vida» es (casi) igual de ameno.

    Ah! pero no lo hagas porque yo te lo recomiendo: hazlo espontáneamente 😉

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