La cultura de la queja

En La cultura de la queja (publicado en los EEUU en 1993), el crítico Robert Hughes se pregunta:

¿Tienen derecho las universidades a bajar los niveles de admisión y de enseñanza para situarlos a la altura de los “desaventajados”, a costa de la educación de los alumnos más capaces? Si usted cree que las universidades deben ser un campo de entrenamiento para elites, entonces la respuesta es no. Pero la corriente de opinión preponderante, entre los maestros que llegaron a adultos en los sesenta y más tarde, es casi automáticamente antielitista. “La ideología dominante” escribió el educador Daniel J. Singal, “sostiene que es mucho mejor renunciar a la excelencia antes de correr el riesgo de lastimar la autoestima de cualquier estudiante. En lugar de estimular a los niños a que se superen, los maestros invierten sus energías en conseguir que los niños más lentos en aprender no se consideren a sí mismos fracasados… a menudo uno percibe un prejuicio virtual contra los estudiantes más brillantes”.

(he retocado la traducción). De este modo, el nivel de los alumnos que entran a la universidad en los EEUU ha ido descendiendo paulatinamente en las últimas décadas. Y esto es lo que ocurre con esos alumnos:

Una vez que ingresan, la enseñanza que reciben (cuando los profesores no están luchando para que consigan el nivel de lectura y comprensión que deberían haber tenido en el bachillerato) es rebajada para adecuarla a su poca capacidad para leer textos, seleccionar la información y analizar ideas. Por lo tanto, se convierte en un remedo empobrecido de la educación intensiva que se ofrecía antes a los estudiantes: adecuada a su experiencia limitada de la vida y de las ideas, como si esto fuera una especie de absoluto educativo (cuando es, desde luego, lo que la auténtica enseñanza busca desarrollar), plagada de cursos de estudios sociales que sólo enseñan superficialidades y que están pensados, hasta donde se puede, para evitar preguntas difíciles de contexto histórico; una enseñanza, en fin, escasa en el análisis y el estudio crítico, pero abundante en las actitudes y los sentimientos.

Hughes ve el auge de lo “políticamente correcto” como uno de los primeros síntomas de las consecuencias de largo alcance de esta enseñanza empobrecida:

Cuando el ánimo de los sesenta contra el elitismo entró en la enseñanza americana, trajo consigo una enorme y cínica tolerancia de la ignorancia del estudiante, racionalizada como una muestra de consideración hacia la “expresión personal” y la “autoestima”. En lugar de “angustiar” a los chicos pidiéndoles que leyeran más o que pensaran mejor, cosa que podría haber perjudicado sus frágiles personalidades al tomar contacto con las exigencias del nivel universitario, las escuelas optaron por reducirles las lecturas obligatorias, reduciendo automáticamente su dominio del lenguaje. Faltos de experiencia en el análisis lógico, mal preparados para desarrollar y construir argumentos formales sobre los temas, poco habituados a buscar información en los textos, los estudiantes se atrincheraron en la única posición que podían llamar propia: sus sentimientos ante las cosas. Cuando los sentimientos y las actitudes son las referencias principales del argumento, atacar cualquier posición es automáticamente un insulto al que la expone, o incluso un ataque a lo que considera sus “derechos”; cada argumentum se convierte en ad hominem, acercándose a la condición de hostigamiento, cuando no de violación: “Me siento muy amenazado por su rechazo ante mi opinión sobre [marque una]: el falocentrismo / la diosa madre / el tratado de Viena / el módulo de elasticidad de Young”.

Introduzca esta subjetivización del discurso en dos o tres generaciones de estudiantes que se convierten en maestros, con las dioxinas de los sesenta acumulándose cada vez más, y tendrá el trasfondo de nuestra cultura de la queja.

… y de la nuestra, me parece (¡ah! ¿qué que es eso de la cultura de la queja? Basicamente, el tener muchos derechos y poca responsabilidad. Y en sus manifestaciones más folclóricas, este tipo de cosas)

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10 respuestas a La cultura de la queja

  1. eldoctorhache dijo:

    También Javier Marías ha denostado más de una vez, en sus brillantes artículos del dominical de «El País», semejante tendencia en varias de sus vertientes, todas ellas muy arraigadas en España. Una de ellas sería, por ejemplo, la necesidad de buscar siempre y en toda ocasión un responsable ante muchas desgracias que, en toda justicia, sólo cabe achacar a la mera fatalidad o al acaso.
    Gracias por recordarnos esta lacra.

  2. Angelus dijo:

    Uno vendría a pensar que el mal está extendido por todo Occidente, y que la situación española no es especial, sin embargo creo que en España -hablo concretamente de sus sistema educativo- la situación está hipertrofiada. He tenido ocasión de tratar con estudiantes de otros países europeos y la verdad no salimos muy bien parados. Bueno, he conocido algunos rusos…

    No sé si has tenido ocasión de tratar con estudiantes españoles en cursos de idiomas de verano.. si no lo has hecho, no sabes lo que te pierdes.

  3. Sergio dijo:

    Como factor en el descenso del nivel académico de la Universidad no hay que olvidar la proliferación de las Universidades privadas, que introduce dos novedades:

    – Acceso a la Universidad independiente del nivel académico.
    – Facilidades máximas para obtener la titulación, al utilizar criterios estrictamente empresariales («el cliente siempre tiene razón»)

  4. Pascual González dijo:

    Siempre es oportuno recordar el estupendo libro de Robert Hughes. Me parece una de las lecturas de urgencia de nuestra época. Así que gracias por hacer accesibles algunos de sus fragmentos.

    Hay un capítulo de los Simpson donde a Skinner lo expulsan después de un incidente parecido al de Lawrence Summer en su fatídico discurso de Harvard. La escuela queda en manos de una pedagoga posmoderna que segrega a los niños y a las niñas y somete a éstas a un programa de «matemáticas de género» donde hablan de lo que les sugieren los números. Por supuesto, Lisa, como heroína del sentido común, se rebela y se hace pasar por chico para aprender matemáticas normales (o sea, matemáticas)… y en un momento dice algo así como «aprender no tiene nada que ver con la autoestima» (cito de memoria). ¡Genial capítulo! ¿No habrá nadie que pueda decirnos a qué temporada pertenece y qué número es? Merecería ser divulgado en youtube o empleado en las clases.

  5. pseudopodo dijo:

    Sí, Doctorhache, yo también recuerdo varios artículos en esa línea de Javier Marías; también alguno de Muñoz Molina y de Pérez Reverte…. Yo creo que este viraje hacia la cultura de la queja es un cambio sociológico muy profundo, y que tiene muchas manifestaciones distintas. Una de ellas, como apuntas, es eso de que toda desgracia tiene que tener un culpable. Tengo varios familiares y amigos médicos y es un tema constante de conversación con ellos, porque lo viven cada día como un problema. Y lo mismo ocurre hablando con otros que son profesores de enseñanza media… La verdad es que creo que se habla muy poco en la prensa de esto –¡por lo menos en proporción a la frecuencia con la aparece en mis conversaciones!- , probablemente porque la mayoría de los columnistas no hablan de cosas reales, de lo que pasa a la gente normal…

    Una explicación que yo daba a esta cultura de la queja es que con la secularización se ha perdido la idea de “resignación cristiana”. Que podía ser mal entendida muchas veces, pero que tenía un núcleo importante de verdad, que venía de tiempos inmemoriales: nosotros no controlamos nuestra vida, estamos en las manos de Dios / el destino / los hados…Lo que más me ha interesado de lo que dice aquí Hughes es que da otra interpretación, relacionada con el deterioro de la educación. Quizá no son incompatibles: una sociedad secularizada podría encontrar en la razón una especie de resignación ilustrada… pero el fracaso de la enseñanza hace que no se desarrolle esa razón: vivimos en una sociedad de medioeducados, que se creen muy listos pero no lo son, y, carentes de cultura y sentido crítico, caen en un narcisismo en el que sólo hay derechos y los sentimientos son el árbitro supremo…

    Angelus, no puedo decir si el mal está más extendido en España que en otros países. Por lo que respecta a la medicina, sí que tengo referencias de que en Portugal, por ejemplo, la mentalidad sigue siendo más tradicional (hay más resignación, y, en consecuencia, más respeto al médico, al que no se le echa la culpa automáticamente de que las cosas no vayan como se quiere…) Lo de los estudiantes españoles en cursos de verano, ¿por qué lo dices? (me temo lo peor…)

    Sergio, yo también creo que las Universidades privadas bajan el nivel y no compiten en igualdad de condiciones con las públicas. De todos modos, aquí el mal viene, creo yo, de la enseñanza media (y de todos modos, de aquí a unos años, cuando haya hecho efecto el mortífero Real Decreto de Enseñanzas Universitarias, las públicas en España van a estar peor aún que las privadas).

    Hace ya unos cuantos años que no veo los Simpson, Pascual (por cierto, bienvenido), y bien que lo siento… Si alguien localiza ese episodio, que avise, por favor. Por cierto, el libro de Hughes está bien, pero me decepcionó un poco: da la impresión de que escribe con mucha facilidad, tiene un estilo efervescente, pero se deja llevar por esa facilidad y no argumenta con solidez. Así que cuando estás de acuerdo con él, entusiasma, pero cuando no, irrita. Aún así, tiene mucha razón en muchas cosas, y unas cuantas ideas interesantes.

  6. Mujerárbol dijo:

    He divagado y parloteado de ese tema muchas veces con amigos internautas -en virtual y en directo. La opinión de Hughes me parece interesante porque da un motivo menos «etéreo», que además se puede sacar de su contexto norteamericano y aplicar a otros, especialmente al español. Fundamentar la educación en los sentimientos es algo así como construir personas en el aire y naciones de humo. Ligeramente negro.

  7. eldoctorhache dijo:

    Completamente de acuerdo, Pseudópodo, con tu análisis. Y sí, la resignación rectamente concebida permitía afrontar y superar con cierta entereza ese tipo de acontecimientos por los que ahora lo primero que se hace, muchas veces, es lanzarse a la busca y captura de un culpable. El caso es que también las religiones orientales, y señaladamente el budismo, al situar al individuo de la especie humana plenamente «sumergido» en el mundo y como parte inseparable de éste, fomentan, a través de doctrinas como las del karma, cierta resignación, positivamente entendida, con lo ineludible. Quizá hoy muchas personas en Occidente, tras abandonar el cristianismo, han abrazado, de las religiones orientales, ciertos ritos y prácticas, sin asumir las actitudes espirituales que éstas llevan consigo. De un modo superficial y mágico de vivir el cristianismo han pasado a vivir de forma igualmente epidérmica y ritual otras doctrinas. En el fondo, también en esto puede aplicarse lo que acertadamente dices de la educación: vivimos en una sociedad de «medioeducados», y también de «mediorreligiosos», cuyo norte lo constituyen exclusivamente el propio albedrío (muy poco iluminado por la razón) y los sentimientos o pulsiones más viscerales.

  8. pseudopodo dijo:

    ¡Gracias. Folken! Ahora sólo falta que la cuelguen en Youtube para enlazarla aquí…

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