En defensa de la virtud

[Lo que sigue es un resumen muy libre del capítulo 8 de La hipótesis de la felicidad, de Jonathan Haidt, titulado «La felicidad de la virtud». No es necesariamente el mejor capítulo, pero es del que hablábamos en el post anterior].

La palabra “virtud” no tiene muy buena prensa, quizá por habérsela apropiado los puritanos. No se trata de “lo opuesto al vicio”, sino de lo que los griegos llamaban areté: la excelencia o bondad, sobre todo en un sentido funcional. La areté de un cuchillo es cortar bien, la areté de un ojo es ver bien, y la areté del hombre es…. un problema filosófico.

Para Aristóteles, que planteó así el problema, había una solución natural. Todas las cosas tenían una finalidad, un telos (un cuchillo ha sido hecho para cortar y un ojo para ver) que dictaba su areté, su virtud. La vida buena consistía realizar el propio potencial para llegar a ser aquello que por naturaleza estábamos llamados a ser.

A lo largo de la historia, en ninguna sociedad ha faltado una idea compartida de lo que es la areté humana, materializada en virtudes concretas que se intentaba cultivar activamente en los niños y jóvenes. Honradez, justicia, coraje, benevolencia, autodominio, respeto a la autoridad… han sido virtudes apreciadas casi universalmente, aunque las normas específicas puedan ser muy diferentes de una cultura a otra.

Otra característica común que encontramos en los textos morales de las sociedades antiguas es que confían en máximas y modelos, no en la lógica y las demostraciones. Confucio, Buda o Jesucristo nos hablan con aforismos y con parábolas, se dirigen a las emociones más que a la razón.

Y un tercer rasgo universal de esa enseñanza moral tradicional es que hace hincapié en la práctica y el hábito, no en el conocimiento de hechos. Confucio comparaba el desarrollo moral con aprender a tocar un instrumento, y Aristóteles decía que, al igual que un albañil aprende su oficio construyendo casas, nosotros crecemos moralmente realizando acciones justas, practicando el autocontrol, y llevando a cabo actos de coraje.

Estos rasgos comunes ponen de manifiesto una fina comprensión psicológica. Los antiguos sabían que la instrucción moral sólo imparte conocimiento explícito, pero el conocimiento de hechos no tiene apenas ningún efecto sobre el comportamiento: algo que habíamos olvidado con la modernidad y que la psicología ha redescubierto recientemente. La inmensa mayoría de los procesos mentales son inconscientes, y nuestro yo racional tiene poco que hacer si se enfrenta a ese sistema automático. Con una metáfora que usó Buda, el yo es como un jinete que monta un elefante. Su única posibilidad de salirse con la suya es, con paciencia y estrategia, adiestrarlo para que haga lo que él quiere. Pero si el elefante se empeña en otra cosa, es inútil querer forzarlo.

Elefante y jinete

El planteamiento tradicional de la moralidad no se enfocaba en la razón (el jinete) sino que buscaba instaurar hábitos mediante la práctica diaria (es decir, amaestrar pacientemente al elefante). A la larga, la educación moral debía cultivar un conocimiento tácito, esto es,

habilidades de percepción social y emociones sociales tan finamente ajustadas que uno automáticamente percibe lo que es correcto hacer en cada situación, sabe qué es lo que debe hacer, y por tanto quiere hacerlo. Para los antiguos, la moralidad era una suerte de sabiduría práctica.

*

Las obras cumbre de la filosofía griega, como La República o la Ética a Nicómaco, tienen este enfoque. Y sin embargo, en la mentalidad científica que germinó en Grecia estaban las semillas del fracaso posterior. Las largas listas de virtudes y el difuso conocimiento tácito no casaban bien con los valores de racionalidad y parsimonia. Tampoco gustaba a los filósofos confiar la moral a los hábitos y los sentimientos. ¡Cuánto mejor sería encontrar un principio universal, basado en la pura razón, independiente de las tradiciones y de los dioses locales!

Kant, con su imperativo categórico, creyó haber resuelto el problema. Bentham después, con su principio utilitarista, también lo creyó. Pese a que parecen opuestos, ambos coinciden en proponer un sólo principio abstracto, proscribir las emociones y confiarlo todo a la razón (al jinete, en lugar de al elefante). Además,

mientras los griegos se centraban en el carácter de la persona, y se preguntaban qué clase de seres humanos deberíamos tratar de ser, la ética moderna se centra en las acciones, preguntándose cuando es buena o mala una acción en concreto.

*

Finalmente, este giro desde el carácter ético a los dilemas éticos ha llegado a la formación de los niños y jóvenes. Durante los años 70 y 80, la búsqueda de una educación inclusiva y antiautoritaria convirtió en anticuada la idea misma de cultivar valores específicos. Como dice un libro reciente sobre la crianza de los hijos, “mi enfoque no enseña a los niños qué deben o no deben hacer y por qué, sino que les enseña a pensar por sí mismos qué deben o no deben hacer y por qué”.

Cambiar el énfasis del carácter al dilema ha sido un profundo error. Primero porque debilita la moralidad y limita su alcance. Con nuestra estrecha concepción moderna, una persona moral es la que no pone su interés propio demasiado por delante del interés ajeno. Eso deja fuera del campo de la moral la mayoría de las actividades y decisiones cotidianas, y la convierte en algo muy poco atractivo (¿de verdad lo que debemos de hacer es ir en contra de nuestros propios intereses?¿y por qué?), desde luego mucho menos que una moralidad entendida como el cultivo de la excelencia.

En segundo lugar, el giro moderno hacia el razonamiento moral confía en una mala psicología. Cualquiera que haya intentado en serio cambiar su conducta mediante una convicción racional se habrá encontrado con el fracaso que ya puso Ovidio en boca de Medea: “El deseo y la razón empujan en direcciones opuestas. Veo el camino correcto y lo apruebo, pero sigo el erróneo”. Casi con las mismas palabras lo decía San Agustín: Video meliora proboque deteriora sequor, y algo muy parecido decía también San Pablo.

En este negocio los conceptos no valen, sólo vale la virtud, entendida como parte del carácter. Y las virtudes sólo pueden crecer dentro de una sociedad concreta, enraizadas en su historia y su tradición:

Pedir a los niños que cultiven virtudes hidropónicamente mirando a su interior en busca de guía es como pedir a cada uno de ellos que invente su propio lenguaje. Aunque pudieran, el aislamiento que generarían en sí mismos sería intolerable.

Hoy en día se dice que la diversidad es un valor, es buena intrínsecamente. Pero no debemos aceptar esto acríticamente. Hay que distinguir la diversidad demográfica (variedad de razas, sexo, orientación sexual, edad, capacidad física…) de la diversidad moral. Favorecer la primera es esencialmente un deber de justicia, incluyendo a grupos previamente excluidos. Pero la diversidad moral en el seno de una sociedad es en el fondo lo que Durkheim llamó anomia: una falta de consenso sobre normas y valores morales. La falta de ligaduras y obligaciones sociales que el gran sociólogo francés identificó como el principal factor de riesgo para el suicidio.

[En el capítulo del libro de Haidt hay bastantes más cosas, pero esto es lo esencial del argumento. Añado que Haidt se define como “liberal” en le sentido norteamericano del término, pero reconoce que los conservadores han demostrado una mejor comprensión del desarrollo moral].

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31 respuestas a En defensa de la virtud

  1. Polly dijo:

    Yo opino que la diversidad moral se debe al individualismo occidental. Occidente considera al individuo como la unidad sagrada, y la sociedad, con sus reglas y tradiciones, significa muy poco (a veces nada), o llega a suponer un obstáculo para la felicidad individual. De aquí se derivan muchas de las luchas modernas (derechos de la mujer, de libertad sexual, de inclusión de minorías); entendidas como enfrentamiento del sujeto y la reprobación social.
    En términos simples, esto viene a ser que nadie tiene el derecho a decirme cómo comportarme. La moral viene a ser un asunto puramente individual. Por eso la educación moral se volcó desde la formación del carácter (que responde a unos valores socialmente aceptados, y por lo tanto «opresores «) al dilema ético -que cada quien resuelve como le da en gana-.

  2. Miguel Pasquau dijo:

    Gracias por el magnífico resumen.
    Siempre nos dijeron que la virtud es un objetivo, y que para acercarse a ella hace falta ascesis, que es lo contrario de la pereza.

  3. Clodoveo11 dijo:

    Interesante.
    Pero se supone que el llegar a un consenso general sobre lo que es virtuoso es algo a lo que el hombre ha llegado por raciocinio y por optimizar su egoísmo y el de los demás como ser social, es decir, que ha puesto en práctica determinadas virtudes que le permiten convivir razonablemente con los demás y a la vez desarrollar su ambición. Con lo cual la cosa no sería tan emocional como parece; y la educación, o la práctica continuada de hábitos orientados, tendría una raiz práctica y reconocible por los individuos. Otra cosa es que hoy día con el individualismo y relativismo tontaina que se invoca hayamos perdido el norte de esta cuestión.
    Otro tema sería si esa concepción de la virtud es o no cambiante y adaptable a sucesivos entornos sociales, pero si debe hacerlo no vuelve a suponer sino una reformulación igualmente racional y lógica.
    Pregunta tocanarices estilo Wade: si la uniformidad moral pone en duda la diversidad demográfica, ¿qué hacemos? 😀

  4. Alejo Urzass dijo:

    No compro nada, Don Pseudo. Cuanto más reflexiono sobre este tema menos me gusta la virtud. Se puede empezar por negar la mayor (creo que ya lo insinuó Cristina en el anterior posteo): el comportamiento moral de nuestra sociedad es el de mayor grado de nuestra historia. (Quizá desde los años 80s hayamos sufrido cierto retroceso, impulsado por un modelo económico liberal… y me atrevería a decir que es el modelo económico del virtuosismo financiero…)

    Tampoco me gusta atribuir a la ética el concepto de virtud. Bajo mi punto de vista lo virtuoso aspira a la perfección mecánica de las acciones, y la perfección mecánica se aleja de la responsabilidad. A Beethoven no se le exige virtuosismo porque la suya es una actividad conceptual, pero al pianista que interpreta a Beethoven se le exige ser un virtuoso, lo que le exime de toda responsabilidad sobre la música interpretada. Comprendido este ejemplo doy paso a uno más atrevido: El buen soldado está cargado de virtud. Sabemos cuál es su areté, y es ajena a «la» causa (hay «soldados de cristo» y «soldados del tercer reich»…).

    El concepto que debemos emparentar con la ética es el concepto de voluntad. (No hay voluntad del intérprete en la música que toca, ni en el soldado sobre sus acciones. Sólo tienen -acaso- voluntad de «ser» intérprete y soldado respectivamente). De la mano de la voluntad sí hay responsabilidad. No concibo ningún tipo de comportamiento moral que huya de la responsabilidad. No se puede edificar le ética sin la responsabilidad.

    Sólo una cosa más, a propósito del juicio negativo que se hace sobre “el giro moderno hacia el razonamiento moral”:
    Intentaré resumir mi punto de vista proponiendo un relato, donde hay una sociedad influenciada por la masonería, que rinde culto a la razón, pasa por la ilustración y que, por poner un ejemplo, hace germinar en los EEUU un sentido democrático sin par en la historia. A la vez existe otra sociedad que practica cultos esotéricos, una sociedad que maneja un conocimiento (quizá revelado) de la virtud y pone en acción ese virtuosismo, imponiéndolo a su alrededor, generando un conflicto grave.
    Este relato acaba bien… con el desembarco en Normandía de los menos virtuosos.

    En fin, creo que la virtud es buena solo hasta un punto. Como dejó escrito Montaigne «Haz bien tu trabajo, pero no demasiado bien».

  5. Leyendo el resumen que nos ofrece Pseudopodo de éste capítulo del libro de Jonathan Haidt, me encontré asintiendo con la cabeza en todo momento. Hay que ser harto cínico para pasar por alto fragmentos como éste y no aceptar que en ellos se encuentra manifiesta una verdad que todos tarde o temprano descubrimos es cierta por experiencia:

    “Cualquiera que haya intentado en serio cambiar su conducta mediante una convicción racional se habrá encontrado con el fracaso que ya puso Ovidio en boca de Medea: “El deseo y la razón empujan en direcciones opuestas. Veo el camino correcto y lo apruebo, pero sigo el erróneo”. Casi con las mismas palabras lo decía San Agustín: Video meliora proboque deteriora sequor, y algo muy parecido decía también San Pablo.”

    Es cierto que el hábito hace la virtud y el comportamiento moral. Es tal la importancia del hábito que es innecesario discutir si se trata de el factor más importante para el comportamiento moral o no, en comparación por ejemplo a la racionalidad o la voluntad. El hábito es un factor necesario — aunque tal vez no suficiente? —, y eso tanto se debería aceptar si lo que se quiere discutir es la moral en seres humanos y no ángeles (o superhombres).

    Nietzsche por ejemplo discute la moral en Goethe a partir de la voluntad pura de la siguiente forma:

    “Cuando el hombre actúa, según Goethe, debería hacerlo sin conciencia, también debería estar sin conocimiento; el se olvida de todo para poder ser capaz de hacer algo, el es injusto con todo lo que queda detrás y conoce solo una cosa correcta, lo correcto es lo que esta haciendo ahora como resultado de su propia acción.”

    Por más inspiradoras que suenen éstas palabras, no obstante, cualquier persona habrá comprobado qué tan imposible es cambiar nuestros actos y carácter simplemente a partir de un momento de pura voluntad por cambiar.

    Por otra parte, es de ésta forma que Francisco J. Varela discute la moral en la mayoría de las religiones orientales:

    Como el verdadero comportamiento ético toma una posición intermedia entre la espontaneidad y los cálculos racionales, el auténtico individuo ético, como cualquier otro tipo de experto, puede reconstruir la consciencia inteligente que justifica la acción después de una actuación espontánea.

    Tal vez menos inspirador y ‘voluntuoso’, pero el humilde argumento de Varela es mucho más acorde con la forma en que las personas se comportan en la realidad. El hábito es tan o más importante que la racionalidad y la voluntad. Raramente tenemos el tiempo disponible para pensar racionalmente sobre nuestras acciones antes de llevarlas al cabo. Por no hablar que Varela se enfoca en actos cotidianos, no en emergencias (desastres naturales, guerras, etc.) en las cuales actos espontáneos, es decir la moralidad como reflejo, puede llegar a tener grandes consecuencias.

    Sea dicho esto, creo que el balance entre hábito y racionalidad es necesario. Enaltecer la tradición y la virtud corre el riesgo de tan sólo enaltecer la primera con la excusa de la segunda. Es claro, viendo la historia, que la educación tradicional falló en muchas ocasiones e incluso fue clave en permitir muchas de las injusticias del pasado: esclavitud, guerra, y la opresión de la mujer por milenios (cualquiera que fuese el entendimiento de la virtud, y parafraseando a Pseudopodo, las mujeres siempre han sido consideradas menos virtuosas “casi universalmente, aunque las normas específicas puedan ser muy diferentes de una cultura a otra.”)

    El imperativo categórico de Kant, y el principio utilitarista de Bentham tienen valor en tratar de usar la racionalidad para proponer una moral más incluyente que la que tradición y la educación basada en el concepto de la virtud han hecho permisible por milenios. En especial respecto a Kant, uno de mis filósofos favoritos, hay que ser harto cínico para despreciar su argumentación impecable por la “paz perpetua” basada en el imperativo categórico.

    Bien sea la virtud entendida como hábito, o los conceptos de racionalidad o voluntad, confiar exclusivamente en sólo uno de estos conceptos es bastante miope. Es cierto que raramente una persona admitirá que sólo uno de estos conceptos es suficiente, pero el énfasis excesivo sobre sólo uno de ellos tiene los mismos efectos en la práctica.

  6. Moro dijo:

    Don Psudópodo, gracias por el post. Primera vez que comento aquí.

    Quizás Alejo confunda la areté Griega, la virtud, con la técnica. Si bien son cosas que muchas veces van de la mano (ambas son hábitos operativos) , no son la misma cosa. Eso que Alejo llama virtuosismo (cierto adiestramiento para ejecutar algo con cierta perfección) es técnica, no virtud. La virtud perfecciona al hombre en si mismo, la técnica (o arte) perfeccionan al objeto. Bah, eso creo.

  7. Alejo Urzass dijo:

    Amigo Moro, la técnica es el procedimiento y la virtud es la habilidad para desarrollarlo. La areté es un concepto más difuso, pero en todo caso más cercano a la virtud que a la técnica. Quizá el término que mejor lo traduce sea «excelencia», al menos en este contexto. Lograr la excelencia en una determinada habilidad es lo que llamamos virtuosismo. Pero la técnica es solo el procedimiento usado. Aún más, el virtuoso suele permitirse una técnica propia, a veces imperfecta, porque el resultado de sus acciones la pone fuera de discusión. Por ejemplo, la mala técnica del imbatible corredor Zatopek.

  8. Epicureo dijo:

    Estoy con Alejo Urzass: la virtud está bien, pero solo hasta cierto punto, y acompañada de otras consideraciones.

    Yo, para muchas cosas, soy pragmático. Lo que en teoría está muy bien, en la práctica puede estar muy mal. ¿En qué sociedades se ha cultivado más la pedagogía de la virtud? Que me vengan ahora a la cabeza: Esparta, la Roma republicana, el Japón del periodo Edo, la Inglaterra victoriana… Da la impresión de que la virtud está siempre reservada a una clase superior, mientras que la mayoría de siervos, esclavos u obreros están por naturaleza privados de ella. La virtud máxima es la milicia, y cuando uno tiene ocasión no está mal ejercitarla creando un imperio (aunque no es obligatorio).

    Por lo general, ha hecho falta un periodo de caos moral (pluralismo, inseguridad, anomia) para mejorar esas sociedades virtuosas, pero opresoras. Ahora, no podemos negarlo, tenemos más paz y más igualdad de oportunidades que en ninguna de esas épocas añoradas. Por supuesto, esto también tiene inconvenientes.

  9. bloodykefka dijo:

    Yo también tiendo a ser pragmático, pero ¿Qué entendemos por pragmatismo? Para mi es cuando tienes una convicciones que generalmente das por buenas, pero no las entiendes como absolutas y admites otras posibilidades para resolver una situación «moral». Lo que pasa es que para aceptar esas excepciones, las razones deben ser muy buenas. Sin embargo ¿eso no es virtuoso, en cierto modo? Las ideologías que hemos parido, desde la religión hasta el humanismo, funcionan correctamente cuando las aplicamos de este modo. Quizás es que tenemos un concepto muy estrecho y simple de «virtud».

  10. pseudópodo dijo:

    Polly, desde luego la diversidad moral es lo que casa con el individualismo. Lo que no es fácil de saber es qué vino primero, si el individualismo o el giro moderno desde la “ética de la virtud” al “razonamiento moral”. En los libros suele darse mucha importancia a las ideas de los filósofos como impulsoras de los cambios en las visiones del mundo, pero sospecho que muchas veces las causas que más influyen son otras y luego a posteriori se subraya el papel de un filósofo que preconizó esas ideas. Puede que el individualismo haya evolucionado sobre todo por la dinámica del capitalismo y otros factores económicos, y en ese terreno no arraiga bien la ética de la virtud (hay que añadir, como dice Miguel Pasquau, que además es más exigente, por lo menos en la práctica). Pero sea como sea, el asunto es que nuestra concepción actual de la ética tiene muy poco que ver con la que ha sido dominante en casi toda la historia.

    Clodoveo11, lo del raciocinio es interesante, pero precisamente porque no se llega a un consenso sobre cuáles son las virtudes mediante un razonamiento consciente, sino por una inteligencia colectiva inconsciente (una estigmergia humana, quizá). En cierto modo hay una analogía entre la sociedad y el individuo: el jinete (el yo consciente del individuo) son los actores sociales que identificamos (partidos político, empresas, grupos de presión…) pero su influencia es muy pequeña comparada con el elefante, que sería todas los procesos colectivos, inconscientes, las dinámicas que van alterando la sociedad sin que nadie las controle. Las virtudes que las sociedades tradicionales cultivaban eran fruto de ese elefante social. ¿Qué pasa si la sociedad cambia muy rápidamente, como ocurre ahora? Seguramente habría que redefinir por lo menos en parte las virtudes pero yo soy pesimista: no da tiempo a que la inteligencia colectiva funcione, sus tiempos característicos se miden por generaciones, no por años.

    Don Alejo me ha sorprendido sacando a relucir tan pronto el “argumentum ad Hitlerum” ;-). Creo que Moro acierta: en tu comentario hay una confusión de la virtud con el virtuosismo. Ese virtuosismo es virtud en el sentido de excelencia, pero una excelencia especializada que no es por la que se preguntaba Aristóteles cuando hablaba de moral. Uno puede ser un virtuoso del piano o de la fontanería, pero Aristóteles hablaba de la areté del hombre como tal. Eso se ha desdibujado con “el giro moderno” que critica Haidt: hoy lo estándar es negar que haya una excelencia humana objetiva; en cambio se afirma que cada uno debe construir sus propios valores y autodefinirse como si pudiera ser cualquier cosa. Es decir, no se acepta la propia idea de que exista una areté humana: el cuchillo está hecho para cortar pero el hombre no está hecho para nada en particular, puede ser cualquier cosa que decida ser. Yo creo que esta idea es uno de los caminos más cortos para el fracaso y la infelicidad.

    Por otra parte, me parece tramposa la identificación de Nazis=ética de la virtud, EEUU=razonamiento moral. Aunque el abandono de la ética de la virtud se gestó entre los filósofos desde el comienzo de la modernidad, como explica Haidt, cuando fue desplazada entre el gran público fue en los años 60. Churchill, por ejemplo, es un ejemplar modélico de las viejas virtudes que un Pericles habría elogiado. Pero, ya que has puesto el ejemplo, habría que ver qué fortaleza tienen nuestras sociedades occidentales ahora, no en 1944. Ya no tenemos a Hitler, pero ahí está por ejemplo el estado islámico. Cuando los optimistas (os incluyo a Epicureo y a ti) decís que nuestra época es mejor que esas otras épocas, creo que os estáis precipitando: los efectos del debilitamiento de la ética de la virtud sólo se están empezando a ver ahora.

    Sí que entiendo que, como también hace Epicureo, se pueda desconfiar de la ética de la virtud porque esté al servicio de los ídolos de la tribu, de sociedades totalitarias… (yo también había pensado en Esparta). Pero fijaos que el peligro que le veis se debe precisamente a su eficacia: es una ética fuerte, que compromete. Lo único que necesita es añadirle el ingrediente de la razón, una especie de levadura, pero sin virtudes no hay masa, no sale el pastel. Así que estoy muy de acuerdo con lo que ha dicho Marfil, defendiendo que el hábito es imprescindible pero hace falta complementarlo con el razonamiento moral si queremos evitar esos peligros.

    Bloody, yo pienso que precisamente el pragmatismo (que a mi me gusta, sobre todo en sentido filosófico) con lo que enlaza bien es con la ética de las virtudes, que está más atenta a la diversidad de circunstancias de la vida real y se fija más en las personas que en las normas, los principios y los cálculos. Más «esprit de finesse» que de «geometrie».

    • bloodykefka dijo:

      Entonces he de suponer que el pragmatismo es lo que hace que nos fijemos en el «espíritu de la ley» y no en «seguir ciegamente la letra». Así es como deberían funcionar las cosas, desgraciadamente nos fijamos más en lo segundo, incluso para criticarlo.

  11. loiayirga dijo:

    Desde la bella Lisbo, y sin poder leer vuestros comentarios, os envío unos cuantos apuntes que tienen que ver con lo que trata el capítulo que resume Pseudópodo. Es fragmentario porque no tengo tiempo ni capacidad para ordenarlo y darle coherencia, pero espero que sepáis sacarle algún partido porque desde luego tratan el asunto que os ocupa.
    ………………….
    La biología aristotélica es teleológica (por eso la ética también puede ser teleológica) pero con la época moderna se impone el mecanicismo y ya sabes dónde se va el finalismo con el darwinismo.
    …………………
    Adela Cortina, en su libro Ética Mínima explica que con la modernidad se pasa de una ética de máximos (búsqueda de lo bueno y de la felicidad) a una ética de mínimos (lo justo).
    Kant se inscribe en esta última tradición. Como se considera que no puede llegarse a un consenso en cuanto a la búsqueda de la felicidad (el bien máximo), o no se le puede señalar un fin al hombre, la ética se limitará a señalar “lo justo”. El imperativo categórico está en esta línea.
    Esta solución pretende dar respuesta al relativismo moral. Todos nos atenemos a unos mínimos morales que nos manda la razón (exigencias de justicia) pero podemos ser diferentes en lo relativo a la búsqueda de la felicidad. Es decir, en cuanto a lo justo no cabe el relativismo, pero en los ideales de felicidad sí.
    Las virtudes se enmarcan dentro de comunidades y tradiciones diferentes. Y solo dentro de un modo de vida y una sociedad. Por eso con el tiempo se tornan problemáticas si las sociedades cambian o conviven con otras. MacYntire (o como se escriba) pretendía volver a la virtud como concepto central. El problema es cómo conciliar la virtud y la universalidad. Una ética de la virtud tiene sentido en una tradición cultural concreta. Con eso es con lo que pretende acaba Kant. Su ética, que es abstracta y universal, se supone que valdría para todos.
    La ética que se hace hoy para los alumnos se basa en los Derechos Humanos, que es una ética de lo correcto, de lo justo, aunque puedes llevar razón en que se queda pobre y no pretende formar el carácter. Algo que desde luego es importantísimo.
    Es cierto que la ausencia de formación del carácter es una deficiencia de nuestro tiempo.
    MacIntyre, o como se escriba, en el XX pretendió recuperar el concepto de virtud. Quizás sea solo una anécdota pero parece ser que quiso venir a dar una conferencia dentro de los círculos de HerriBatasuna. Su comunitarismo parece contrario al universalismo individualista que convierte a todos los seres racionales en miembros de una sola sociedad global. Quiero decir que las virtudes van ligadas a modos de vida concretos, lo que los hace particulares y locales, y parece que impide pasar a una moral universal.
    ………………………………
    En todo caso hay dos problemas diferentes: una cosa es la justificación teórica de la ética y otra la manera como conseguir que la gente se comporte bien, que parece que es lo que a ti te preocupa. A lo mejor tienen poco que ver.
    Leí hace poco que la búsqueda de la felicidad es más motivadora que el deseo de cumplir con el deber (Kant).
    …………………………….
    Aristóteles lo que decía era que para conseguir que la gente sea virtuosa lo que hay que hacer es obligarle a serlo. Una sociedad donde desde niños se obliga a ser bueno nos dará una sociedad de hombres buenos. Es decir, hay que crear en los niños hábitos buenos y de mayores seguirán esos mismos hábitos. El problema es ¿cómo se hace eso?
    …………………………….
    Hay también una división a lo largo de la historia de la filosofía entre los que basan la ética en la razón y los que la basan en los sentimientos. Hume estaría entre estos últimos. El problema es como hacer universales los sentimientos.
    En todo caso, para encontrar leyes universales la ética ha querido en la modernidad fundarse en la razón. Una ética basada en los sentimientos es empírica, se basa en lo que de hecho desean los hombres pero no en lo que deben desear. Del ser no sale el deber ser. ¿Y cómo se consigue que los sentimientos debidos sean universales?
    ………………..
    Por cierto, Platón era bastante racionalista y cuando dibuja el mito del carro alado, hay tres factores que constituyen el alma: la razón, las pasiones nobles y las pasiones innobles. La razón, es el guerrero que debe llevar el carro, ayudado por el caballo obediente (la voluntad, los impulsos, los sentimientos honrosos) moderando al caballo indómito (los deseos corporales y los apetitos innobles.) Cuento todo esto para que se sepa que Platón le da mucha importancia a la razón, factor que tú pareces despreciar en la ética.
    ………………………………
    Rorty dice que de nada sirven las fundamentaciones y reflexiones éticas. La ética no ha convertido en bueno a nadie. Lo que hay que hacer con la moral es predicarla. Por ejemplo, las novelas tipo “La cabaña del tío Tom” habrían hecho más contra el racismo que todos los imperativos kantianos juntos. El asunto es que eso no es muy filosófico. Una cosa es predicar la moral como hace un párroco y otra reflexionar sobre ella.

    • bloodykefka dijo:

      Pues yo veo bien eso de la «moral de lo justo». Es que quizás estamos asumiendo que la sociedad debe «formar el caracter», cuando eso es asunto de la familia. Yo llevo pensando de aquí a algun tiempo que el objetivo de la ética social es consiguir que el individuo encuentre (o cree) su papel en el mundo, pero sin hacerlo a costa del resto. No digo que no haya «nada» (en el sentido de que no se da una base) que enseñar a los chavales, pero es que al o mejor ya pasamos al otro extremo, en el que hay que enseñarle todo.

  12. Isidro dijo:

    Reconozco que me cuesta ver lo negativo de la virtud. Pienso que todo o casi todo lo bueno de que hoy disfrutamos es fruto de la virtud: la tenacidad, la voluntad, la entereza, el dominio de sí… La virtud, pienso, es hija de la adversidad y la competencia. Por tanto, es hija de la necesidad. No nacemos inclinados a la virtud: el niño asilvestrado tiende a la satisfacción bulímica de los deseos y apetitos bajos. Es, justamente, lo que hoy tenemos: un antónimo de virtud es vicio. Por eso tenemos los niños más gordos del mundo, una juventud afincada en el hedonismo y una clara e inequívoca degeneración del civismo y una quiebra de la solidaridad. Todo parece dispuesto y pensado, cada vez más, para anular la voluntad. Proliferan las tentaciones por doquier. Es, desde luego, lo que necesita el hípermercado: consumidores compulsivos carentes casi por completo de carácter y voluntad sobre sus apetitos. La pornografía, la bollería, el matraqueo de las recetas de cocina, las musiquillas ubicuas, los videojuegos, el imán de los móviles o Internet para traficar con sandeces, el consumo de drogas… El vicio medra a pasos agigantados, para deleite de nuestros sentidos y de unos cuantos bolsillos. El vicio es lo contrario de la civilización. Digo vicio, no placer. El placer también es necesario, pero en su justa medida. Pero como aquí entramos en el pantano del relativismo (¿y quién dicta la “justa medida” de algo?), el resultado es el exceso. Mejor dicho: el exceso que yo veo.
    Vivimos de rentas. De las rentas de un pasado que se vio obligado a cultivar la voluntad y el carácter. La voluntad puede estar al servicio de la sinrazón, pero también de la razón. Es imposible cultivar la inteligencia sin cultivar la voluntad y el carácter. Es una contradicción querer una sociedad creativa e inteligente pero carente de fuerza de voluntad, pues nada hay más difícil y costoso que educar y afinar la inteligencia. Estamos, pues, ante los estertores de la civilización. Todavía vemos luces, pero son luces que se prendieron en pasadas épocas y aún brillan a pesar del mato de oscuridad que se nos viene encima. Tras el vicio, como decía Quevedo, viene la guerra.

  13. Epicureo dijo:

    Sí, Isidro, vivimos de las rentas del pasado, ese pasado que tan bien se refleja en este video.

    Bromas aparte, la idea de que la virtud es hija de la adversidad y la necesidad queda bastante desmentida cuando comprobamos que los hombres más virtuosos que uno recuerda (Ghandi, Tolstoi, Darwin, por citar algunos no muy antiguos) eran todos de «buena familia», gente que nació con la vida resuelta o casi. Supongo que también hay gente excelente que salió del arroyo, pero ahora mismo no se me ocurre ningún ejemplo.

    No voy a negar que nuestra cultura capitalista fomenta mucho el vicio, porque es el mejor negocio que existe. También hay una evidente quiebra de la solidaridad, como muestra el dogma thatcheriano de que la sociedad no existe, solo hay individuos que hacen tratos procurando su propio beneficio. Y no podría estar más de acuerdo en que ahora no se fomenta nada la fuerza de voluntad, ni la inteligencia, ni el autocontrol, ni la paciencia, ni casi ninguna virtud (salvo la tolerancia, que ya es algo). ¡Pero eso no significa que nuestra sociedad esté en decadencia! En todas las sociedades civilizadas, al menos el 90 % de la población ha estado embrutecida y adormecida para beneficio del resto. Antes el opio del pueblo era la religión, ahora, con tecnologías que nos dan más recursos, tenemos «la pornografía, la bollería, las recetas de cocina, las musiquillas, los videojuegos, los móviles, las drogas» y otras sandeces. Pero el resultado es el mismo, conformismo, resignación o indolencia.

    • Isidro dijo:

      Epicuro, no me haga usted mucho caso. Ya he admitido en alguna otra ocasión que soy pesimista. No es que me guste regodearme en la fatalidad. De verdad que no. Es, simplemente, que veo decadencia por todos lados. Es solo una impresión personal. Ojalá lleve usted razón. No obstante, le replico algunas cosas. Respecto de lo que usted dice de Ghandi, Tolstoi o Darwin, le diré que no contradice el aforismo de que la virtud es hija de la adversidad y la necesidad. Darwin no se crió en la pobreza, claro, pero es evidente que su época cultivaba, mucho más que ahora, la voluntad y el carácter. Precisamente, las familias ricas y prósperas lo suelen ser porque han sabido cultivar entre sus miembros la fuerza de voluntad. No he matizado más mi comentario para no alargarlo mucho. Pero cabe añadir que no he querido decir que la adversidad dé siempre lugar a una reacción virtuosa, sino que toda conducta virtuosa tiene prosapia en la adversidad.. Hay muchas personas que se acostumbran a vivir en la molicie, soportando indolentes todo tipo de tribulaciones. Pero quien afronta la adversidad para superarla, ¿no precisa de virtud? La adversidad y la virtud comparten genealogía.
      Exclama usted que no cultivar la inteligencia, la voluntad, la paciencia, etc., no significa estar en decadencia. Pues lo siento, amigo, porque, entonces, no sé qué significa estar en decadencia. Donde no hay virtud, hay, necesariamente, decadencia.
      Perdone, pero yo no compararía la religión con la bollería, la pornografía o las drogas. Yo no soy creyente, pero eso no significa que no estime muchas de las cosas propias de las religiones (aunque haya otras que deplore). Es dudoso, en cambio, que de todos esos desatados vicios salga algo bueno.
      Y es verdad que mucha gente ha estado embrutecida a lo largo de la historia, pero alguna simiente buena tendría ese pasado para haber dado como fruto la civilización actual (que, no obstante, está en descomposición). Por el contrario, también es muy dudoso que de los vicios actuales salga algo diferente a brutalidad y adormecimiento. A grandes rasgos se puede afirmar que de la selva sale la civilización (literalmente hablando, ha sido así) y de la civilización la selva. ¿Por qué? Porque la civilización, a poco que se descuide, tiene los ingredientes necesarios para retornar a la selva. La historia es una rueda de repeticiones. Por eso decía Aristóteles que el gran problema de las democracias es que tienden a convertirse en demagogias.
      Saludos.

  14. Arriano dijo:

    A propósito de la reductio ad hitlerum, es curioso comprobar cómo perdura la propaganda nazifascista a través del tiempo, perpetuada (ironías del destino) por personas racionales, ilustradas, materialistas, etc en principio opuestas totalmente a los delirios místicos de la banda del bigotillo.
    La propaganda nazi hacía un gran esfuerzo de puertas afuera en presentarse como sucesora de Esparta, superadora de las viciosas y decadentes democracias (un poco al estilo de la URSS contra el «decadente Ocsidente»), favorecedora de una juventud sana y ascética…
    Supongo que no habéis oído hablar nunca de las orgías sexuales (hetero, homo y bisexuales) y alcohólicas de tantos jerarcas nazis alemanes, ni del sexo deportivo que practicó Mussolini con miles de mujeres italianas; tampoco de la cantidad de bienes de lujo que robaron los alemanes en todos los países que invadieron para regodearse en su poder, o de forma más pragmática, forrarse…En cuanto a la «cantidad y calidad» de sus andanzas sanguinarias, es bastante sospechoso el regodeo con que mataban a sus enemigos (por cierto, vuelve el sado bajo ropajes moralistas con las ejecuciones «imaginativas» del ISIS-qué siniestro-).
    Como indigno seguidor de los viejos estoicos grecorromanos, estoy bastante cansado de escuchar la cantinela hitleriana cada vez que intento promover los valores de un ascetismo moderado y de las virtudes clásicas. Siendo que los fascistas bajo su máscara viril y seudoascética estaban más cerca de un Epicuro (muy mal entendido) que de un Séneca.
    Escribo esto sin acritud, emulando de forma cutre pero respetuosa a mis maestros Marco Aurelio y Epicteto.

  15. Cristina dijo:

    Ya he comentado mucho y no me gustaría ser pesada pero quería hacer dos apuntes rápidos. En primer lugar, el post y los comentarios son muy interesantes (como siempre) pero creo que parten de un supuesto que a mi entender es falso: no ha habido ninguna generación educada desde la razón y el antiautoritarismo. Otra cosa es que en los 70 y 80 ciertas teorías pedagógicas y psicológicas abogasen por dar ese giro desde el carácter ético a los dilemas éticos, como se dice en el texto, pero no creo que ese giro se haya dado realmente. ¿Acaso eran las escuelas (y las familias) españolas de los 80 antiautoritarias? Las que yo conozco desde luego que no. Y las de ahora tampoco.

    Otra cosa: se ha hablado Gandhi y de Churchill (Churchill, por ejemplo, es un ejemplar modélico de las viejas virtudes que un Pericles habría elogiado) como ejemplos de virtud. De este último la red está llena de citas falsas y no me atrevo a poner ninguna, pero está bastante aceptado no sólo que era racista sino que, por decirlo suavemente, no sentía especial simpatía hacia los discapacitados a los que se refería como «débiles». De Gandhi se dice que siempre se negó a que su mujer, analfabeta, aprendiera a leer y escribir. Se cuenta también que pensaba que una mujer violada perdía su valor como ser humano. Tampoco parecen muy edificantes esos episodios, que parecen probados, en los que se acostaba con adolescentes desnudas para poner a prueba su compromiso de celibato. En fin, que se trata de dos personalidades de indudable relevancia histórica con muchas luces pero con no pocas sombras. ¿Es esa la Virtud, con mayúscula, de la que hablamos? Yo veo más pragmatismo que virtud.

    En fin, siempre tengo la sensación de que mis comentarios son siempre muy pedestres o anecdóticos,quizás simplistas, pero creo que es importante aterrizar para aclarar de qué estamos hablando.

    • Cristina dijo:

      Pragmatismo, carisma, liderazgo o habilidad política, pero no lo que yo entiendo por virtud. Es cierto que los «defectos» de Churchill y Gandhi eran propios de su tiempo, pero eso confirma que el consenso sobre normas y valores morales ha ido cambiando. Que diré una perogrullada, pero no son cosas que echar de menos. Ahora, si me dicen que no lo consideran importante, pues me callo… aunque me iba a callar ya de todas maneras 🙂

      • bloodykefka dijo:

        Respecto a Gandhi, creo que se dicen demasiadas cosas de él. Y no se si es porque son ciertas, por mostrar que es tan humano como el resto o por buscarle los 5 pies al gato. Hace tiempo que busqué por ahí y daba la sensación de que más bien era esto último y soy relativamente escéptico ante el tema. Pero claro, el escepticismo no niega. De lo Churchill me lo creo, pero creerlo no es afirmalo.

        Respecto a lo de la premisa de que «nadie ha sido educado en la razón y el antiautoritarismo», tienes razón y no había caído en eso, sin embargo. ¿Por qué no se da el paso? ¿No es eficiente o hay otras razones?

  16. Alejo Urzass dijo:

    Gracias Don Pseudo, por ponerme en el bando de los optimistas.
    Me lo pensé dos veces antes de proponer ese relato, porque sabía que saldríamos con el famoso argumentum ad Hitlerum. Pero no aplica esa falacia cada vez que se menciona el nazismo o lo que se le parezca. La falacia ésta se resume en «Hitler tenía bigote, luego los que tienen bigote son _adjetivo_». Por el contrario lo que he propuesto es un relato (que conocemos y que es más complejo obviamente), pero en el que confluyen dos ríos, uno el de la razón (masonería, ilustración, democracia) que tiende a lograr una sociedad más justa, y cuyo cuaderno de ruta se parece en algo al de la asignatura de la que se hablaba (educación para la ciudadanía), y un segundo río que procede del idealismo, la contrailustración, el nacionalismo, que construyó (hasta donde pudieron llegar) que genera sociedades con mayor ejercicio de la violencia (tanto hacia sus propios individuos como hacia el exterior). Y podemos poner en esta corriente al nacionalismo alemán o al imperialismo japonés, a Franco o a Mussolini. No lejos de esta corriente podemos situar al EI, y en realidad a cualquier forma no democrática de estado, sea de izquierda o de derecha. En el cuaderno de ruta de estas tendencias el bolígrafo de la virtud pinta más que el de la razón. Y lo traigo como ejemplos de violencia, porque creo que sin duda la violencia está en el territorio opuesto al de la ética (pero no al de la virtud).
    Creo que no estaría de más adjuntar como bibliografía aquello de Pinker «el ángel que llevamos dentro» -que renuncio a leer por su extensión, pero del que podemos encontrar buenas reseñas, por ejemplo aquí: http://lecturasporcinas.blogspot.com.es/2014/10/los-angeles-que-llevamos-dentro-2012.html
    No veo las cosas en blanco y negro, por lo que sé de sobra que lo expuesto más arriba es una simplificación, ni soy el mejor defensor de los EEUU, ni se me escapa que Kant, defensor de la razón, también influyó en esa corriente del nacionalismo… etc.

  17. Weno dijo:

    Estimado Pseudópodo,
    Gracias por la recomendación de «The happiness hypothesis». Estoy disfrutando su lectura, que todavía no he terminado. Tal vez me desvío un poco de los comentarios que hasta ahora se han hecho (tal vez no), pero quería destacar un par de citas que aparecen en el capítulo 4 (The faults of others):

    «The two biggest causes of evil are two that we think are good, and that we try to encourage in our children: high self-esteem and moral idealism. Having high self-esteem doesn’t directly cause violence, but when someone’s high esteem is unrealistic or narcissistic, it is easily threatened by reality; in reaction to those threats, people -particularly young men- often lash out violently. Baumeister questions the usefulness of programs that try raise children’s self-esteem directly instead of by teaching them skills they can be proud of. Such direct enhancement can potentially foster unstable narcissism.»

    «Idealism easily becomes dangerous because it brings with it, almost inevitably, the belief that the ends justify the means»

    Estas dos citas me parecieron interesantes porque enseguida me vinieron en mente un par de ejemplos de plena actualidad: Respecto a la alta autoestima, la cantinela que a menudo se escucha hoy en día en los centros de enseñanza sobre la necesidad de elevar la autoestima de nuestros estudiantes y evitarles cualquier tipo de frustración. Y respecto al idealismo (en este caso de corte nacionalista), el callejón de difícil salida en el que nos están metiendo algunos políticos en el asunto de la independencia de Cataluña. Supongo que este último ejemplo no será compartido por todos, y pido disculpas si alguien se siente ofendido, pero en las formas y en los discursos veo ese oscuro idealismo que lleva a lo de «el fin justifica los medios»… Saludos.

    • Solrac dijo:

      Creo que una confusión entre el verdadero significado de autoestima y egocentrismo. Idealismo o pragmatismo moral: lo que importa es que el fin no justifique los medios. Vale para ambos.

  18. pseudópodo dijo:

    He tenido poco tiempo estos días, y quería además dejar un post de despedida para el verano, pero intento responder aquí a los últimos comentarios.

    Loiayirga, gracias por las puntualizaciones. Algunas dudas que planteas ponen el dedo en la llaga: ¿cómo se consigue que los sentimientos en los que se basa la ética que puede funcionar sean los “correctos”? Esa es la cuestión. Una ética como la de Kant parece que resuelve el problema de ser universal, pero ¿cómo hacemos que se sienta, para que sea eficaz? Por cierto, yo leí Tras la virtud, de MacIntyre, y me impresionó muchísimo (aquí hay un post influido por ese libro). Quizá por eso me atrae tanto el enfoque de Haidt.

    Isidro, yo también creo que estamos en una sociedad decadente, así que me alineo contigo entre los pesimistas del blog. Epicureo está entre los optimistas: ¿cómo si no se puede decir que a pesar de que “nuestra cultura capitalista fomenta mucho el vicio”, o de que “hay una evidente quiebra de la solidaridad”, no estamos en decadencia? No creo que sea verdad que en todas las épocas de la historia “al menos el 90 % de la población haya estado embrutecida y adormecida”. En algunos sitios y épocas puede que sí, en otros yo diría que no. A principios del siglo XX muchos obreros, con trabajos embrutecedores, tenían unos ideales y un ansia de mejora personal y social que canalizaban en ateneos obreros o en movimientos cristianos como la JOC. El problema de la alienación actual es que es mucho más eficaz y mucho más sutil (¿has leído Psicopolítica? No va exactamente de eso, pero tiene mucho que ver). Por cierto, muy bueno el vídeo 🙂

    Arriano, buena puntualización. Curioso que la demonización (justificada) de los nazis no haya llegado a desenmascarar esa hipocresía.

    Cristina, es interesante lo que dices. Seguramente tienes razón en que no se ha dado ese giro hacia una enseñanza de una moral racional, estudiando los los dilemas éticos, etc. Pero lo que sí ha ocurrido, me parece a mí, es que se ha abandonado la idea de cultivo del carácter. Y en la escuela actual yo si veo una vena antiautoritaria muy marcada, aunque luego haya un autoritarismo más sutil de fondo. En dos palabras: que no hayamos tenido nunca una buena “escuela progre”no quiere decir que no nos hayamos cargado lo que podía haber de bueno en la “escuela carca”.

    En cuanto a las virtudes o no de Gandhi y Churchill, bueno, podríamos hablar mucho, y ahora hay toda una industria revisionista que se dedica a demostrar lo malos que eran nuestros héroes (sobre todo si eran varones blancos, un ejemplo es Tolstoi, del que recuerdo un artículo de Rosa Montero poniéndole a parir). Mi respuesta sería lo que tú misma dices: esos “defectos” eran propios de la época y todo gran hombre o mujer tiene seguramente también grandes defectos. Pero no creo que eso invalide la tesis de Haidt.

    Alejo, naturalmente que te cuento entre los optimistas, pero aunque yo no me incluya, aprecio mucho tus comentarios porque, como dices, no ves las cosas en blanco y negro. Yo intento hacer lo mismo. El libro de Pinker me parece interesante, como todo lo suyo, pero también he renunciado a leerlo. Desde luego que “los malos” simpatizan con la ética de la virtud, pero mi punto es que esa es la ética que funciona, y lo que hace falta es que “los buenos” la adopten, identificando y cultivando las virtudes oportunas, porque si no vamos de cráneo… (perdón por la simpleza, pero no me da tiempo a más profundidades).

    Weno, me alegro de que te hayas animado a leer el libro (da gusto ver que los posts sirven para algo 🙂 ) A mí también me llamó la atención lo de la autoestima (no recuerdo dónde había leído ya que está demostrado que lejos de tener baja autoestima, los delincuentes suelen estar sobrados de ella). Y en cuando al idealismo, pues tengo que reconocer que tiene razón, aunque me gustaría que las cosas fueran de otra manera…
    Como de costumbre: gracias a todos…

    • bloodykefka dijo:

      «El problema de la alienación actual es que es mucho más eficaz y mucho más sutil»

      No me había fijado en esta cita. De esto habla Erich Fromm en «El miedo a la libertad», es algo que yo llevo padeciendo desde siempre, y es algo que me he siempre me pregunto si se han dado cuenta los progres de ahora y de la generación de nuestros padres (como la de Pseudópodo) al básicamente convertirse en una o varias tribus urbanas y vivir en su burbuja. La lucha no acaba con «liberarse» y aceptar las creencias que más les gusta, hay mucho más.

    • Solrac dijo:

      Solo un componente de la autoestima llamada confianza en sí mismo; les falta la que construye el honor.

  19. Isidro dijo:

    Permíteme, Pseudópodo, una reflexión más sobre estas cuestiones. Disculpa la longitud. Por cierto, lamento vivir en una época decadente, y celebro que no solo yo la perciba así. Como todos sabemos, Nietzsche exaltó a Dionisios y propugnó una fiesta dionisiaca en que los individuos perdieran la conciencia de su yo, embriagados por las pasiones y los instintos desatados, por el afán de conquista. Nietzsche quiso acabar con la cobardía de Apolo, con la cobardía de la (burguesa) razón que encorseta y constriñe la expansión de la vida, la verdadera vida. No soy quien para juzgar si esta filosofía fue adoptada por los fascismos y los comunismos que acabaron conmocionando al mundo, pero son muchos los tratadistas de Nietzsche que señalan una clara vinculación. La voluntad de poder nietzscheriana ofreció su cara más espantosa. Tras aquellos acontecimientos tan ominosos, ha venido una época que ha renegado de la voluntad y de la moral. Recordemos que la palabra moral significó “fuerza de voluntad”. Muy comprensiblemente, el mundo temió la embriaguez dionisiaca. Había que replegar velas y apocarse con los dictados y normas de la apolínea razón… ¿O tal vez no? Yo diría que no. Nuestra época está muy lejos de rezar al Dios Apolo: también hemos renegado de la razón. Y es que para razonar hace falta mucha fuerza de voluntad. La razón y la voluntad no están separadas en nuestro ser biológico. También tememos la razón, como bien queda expresado por los muchos que temen la era atómica o una ciencia puesta al servicio de fríos tecnócratas y falsarios ideólogos. Como se expresa, de contino, en esa entrega de tantos a los placeres mundanos, a las drogas, al sexo, a las adicciones digitales (valga el doble sentido de la expresión). Como se expresa a mansalva en las pasiones multitudinarias que levanta el fútbol o en las masas pueblerinas que adoran a “princesas” medio analfabetas. O como se expresa en esta escuela que tenemos cada vez más ayuna de teoría, cada vez más refractaria al pensamiento complejo y de rigor. El resultado, me temo, es un barco a la deriva que no se deja timonear ni por la razón ni por la pasión conquistadora. Estamos en tierra (o en aguas) de nadie, a merced de las pasiones, pero de pasiones domesticadas, solipsistas, embutidas en formato digital (denle al “like” si les gusta esto que digo). Por eso nos dejamos avasallar. Sabía Hegel que para conservar un bien es necesario tratar de aumentarlo sin parar. En el momento en que solo tratas de conservar lo que tienes, lo acabas perdiendo, de la misma manera que una bicicleta pierde el equilibrio cuando se para. Esto se ve muy claramente en las pérdidas de derechos laborales que hoy padecemos. Desaparecido el impulso dionisiaco de conquista (de aumento), la conservación de bienes se hace imposible. Resulta (falsamente) paradójico que en una época que tanto ensalza los derechos humanos y civiles, los pierda tan fácilmente, sin ofrecer resistencia. Pero los pierde porque confía en que la (pseudo)razón ha de ser suficiente para conservarlos, cuando nunca la fuerza bruta se dejó vencer por la razón, y menos con-vencer. Privado el común de virtud, de virilidad, el fuerte ejerce su poder libremente. Tal vez la razón “fuerte” tenga algún poder contra la fuerza (si esta no carece por completo de razón, claro), pero nada puede hacer la razón que es cháchara, pose y mero retazo. Lo podemos ver en nuestra escuela: hace una apología de la razón y la ética, pero huye de la filosofía. Sí, habla de ética, pero también de educar las emociones, pero no las emociones o instintos dionisiacos de conquista, sino de las emociones que nos harán sentir bien con nosotros mismos, satisfechos con nuestros respectivos yoes, plenos de autoestima y subjetividad. Y, permítanmelo decir, pues a nadie quiero ofender, optimistas después de todo… conformistas: creídos en la bondad inmarcesible de los tiempos corrientes y de la maldad de los pasados. Tan optimista como nos quiere la Coca Cola. Bocado fácil para el poder: abrogados los instintos de conquista (el carácter, la voluntad…), nos disolvemos en pasiones centrípetas, estériles, hedonistas, individualistas, subjetivas, de nulo alcance y trascendencia sociales (pese a las famosas redes sociales); abolida la razón en su versión más excelsa, nos quedan espantajos de pensamiento débil, mini-relatos, ciencia ficción, monsergas sobre la tolerancia y democráticos hurras por todo.

    Aunque aquí haya ofrecido un análisis que reconoce la dicotomía nietzscheriana entre razón y pasión, no es una dicotomía que me convenza, o no del todo. La razón del ajedrecista precisa de la pasión conquistadora: es pasión conquistadora. También la del científico que aspira a viajar a la Luna. Existe la pasión sin la razón, pero no hay razón sin pasión. La razón es su versión fuerte o verdadera es, en sí, una pasión conquistadora. Cuando cae la verdadera razón, también cae la pasión conquistadora incardinada en esa razón. Por eso hoy, al amordazar a Apolo, también amordazamos a Dionisio. De ahí la inanidad y la decadencia de nuestra civilización.

    (Si les gustó, no se olviden de darle al «like»). Gracias.

    • Solrac dijo:

      La entropía es la tendencia natural de todo el universo; lo contrario es transitorio, y debe hacerse un esfuerzo constante para mantenerlo. La razón te muestra los deberes, y también los derechos; la consciencia el que uno no se quiera imponer sobre el otro.

  20. Sertorius dijo:

    Señor Pseudopodo como casi siempre tiene usted más razón que un santo, y como todos sabemos los santos son conocidos por sus virtudes y tienen razón, pero no “la razón”
    Uno creería que una reseña tan impecable sobre un libro aparentemente tan valioso como el que cita no despertaría mas polémica entre una audiencia tan cultivada como la que suele tener que el afinamiento de matices o el resalte de algún contraste poco definido, pero no.
    Las virtudes son algo siempre considerado como deseable por todas las sociedades civilizadas en cinco mil años de historia y siempre han sido básicamente las mismas, incluso conceptos mas reducidos pero derivados de la virtud como el “honor” atraviesan los milenios sin demasiados problemas. Las virtudes de un sumerio son comprensibles por un argivo, un cartaginense, un ostrogodo o un suizo. Y esto por encima de enormes diferencias culturales. Un azteca no es virtuoso por arrancar muchos corazones de enemigos (valor cultural) sino por ser valiente. Ser magnánimo es una virtud, ser honrado es una virtud, decir la verdad es una virtud. Ninguna sociedad considera virtuoso ser mezquino, ladrón o mentiroso. En pura lógica decir que no me gusta la virtud es decir que no me gusta que las personas sean honradas, sinceras o valerosas. No oirás a nadie decir eso pero si oirás que no les gusta la virtud.
    Lo cierto es que nuestra sociedad alienta la cobardía, la avaricia y la desidia. Por tanto detesta la virtud y por tanto los razonamientos acerca de una educación en defensa de la virtud van contracorriente, muy a contracorriente.

  21. Emilio dijo:

    Aún cuando no lo he terminado, el libro de Haidt me parece un gran libro. Concuerdo con él en que la ética no es algo que se pueda enseñar ya que como decía Aristóteles se trata de una virtud práctica: uno es virtuoso cuando realiza actos virtuosos. No se trata de recitar un catálogo de buenas acciones, sino de ser capaz de ponerlo en práctica en la vida de cada día.

    Nuestro sistema educativo concibió Educación para la ciudadanía como una pseudoética que bastaría con llevar a las aulas para que se hiciera la luz sobre los estudiantes y los resultados no pueden ser más elocuentes. Y en este punto -si se trata de un conocimiento trasmisible al estilo de una asignatura- entiendo que las posiciones de Aristóteles y Platón distan bastante de coincidir ya que para éste último sí se trataría de un conocimiento al estilo de cualquier otro. Y esa diferencia que se mantiene en el mundo de hoy tiene importantes consecuencias.

    Y lo que ha pasado en el sistema educativo no está desligado de lo que suecede en la sociedad en general. La imagen que nos está dando la clase política no es precisamente para ser optimista. Y en ella incluyo a algunos de los nuevos. Paradójicamente un elemento que a mi entender debiera ser tronco de una Educación para la ciudadanía que nunca existió, como es el que representa la Constitución, no fue posible por concesión a los nacionalistas. Ahora nos echamos las manos a la cabeza.

  22. Carlos dijo:

    Buenas. Es la primera vez que escribo en este blog, pero quería agradecer tanto los aportes como los comentarios de este y otros posts (es una agradable sorpresa encontrar un sitio dónde los comentarios actuan de manera dialéctica con el contenido). La lectura del libro de Haidt vino motivada por este post.

    Sobre la virtud, yo creo (influido por Haidt y a McIntyre; pero también por Marciano Vidal, aunque este prefiriera el término actitud) que es importante enseñar en el «modo en que se hace el bien». Y no creo que esto tenga que llevar a una mentalidad regresiva o contraria al progreso. Por ejemplo, enseñar la virtud de la tenacidad, que consiste en poner en juego a toda la persona para conseguir los objetivos, puede ser utilizada para luchar a favor de causas como luchar contra la pobreza o conseguir la igualdad efectiva entre hombre y mujeres.

    Pero, de hecho, las virtudes se enseñan en nuestra sociedad, en múltiples circunstancias como el deporte (hay un artículo de Francesc Torralba sobre el tema), la participación social, el aprendizaje musical, etc. Lo que los autores citados (y yo mismo) echan de menos es dar un marco mental de referencia que ayude a que los aprendizajes que se dan en estas diversas parcelas sean transferibles (que asocia mi capacidad de sacrificio en un deporte de equipo con la capacidad de sacrifico por la familia, el esfuerzo callado y «silencioso» en el aprendizaje de un instrumento a la vivencia del trabajo diario).

    Y ese marco mental pueden ser las virtudes, en las que en unos pocos elementos (ya sean las 4 clásicas, ya sean las 6 familias de fortalezas de la inteligencia positiva) ayudan a hacer conexiones en estos ámbitos.

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