Julián Marías: Una vida presente

Sólo vi una vez a Julián Marías, en la Feria del Libro de Madrid. Estaba en una caseta, mano sobre mano, con un aspecto algo desamparado, sin que nadie se acercara a pedirle una firma. Yo había leído un libro suyo, “La felicidad humana”, y había algún otro que me interesaba, pero siempre he sido muy vergonzoso para estas cosas. Nuestras miradas se cruzaron un segundo y me fui.

Me arrepentí luego. Don Julián tenía más de ochenta años y me dije que no habría muchas más ocasiones de verle; que cuando volviera a la Feria, me acercaría con un libro y hablaría con él. No hubo ya ocasión.

Cuando leí las necrológicas, en diciembre de 2005, aumentó mi interés por él. Supe que estuvo preso tras la Guerra Civil, y que cuando salió fue ninguneado vergonzosamente (su tesis doctoral debe ser la única que fue calificada con suspenso en la historia de la universidad española). Y la marginación continuó hasta su muerte, pues nunca fue querido por los hunos (que no le perdonaban que fuera demócrata y leal a la República) ni por los hotros (que le despreciaban por su liberalismo político y su catolicismo).

Tuve curiosidad por sus memorias, “Una vida presente”, sobre todo por el primer tomo, el que trataba la infancia y juventud (siempre lo más interesante en unas memorias) y la época de la República y la Guerra Civil. Estaba agotado. Y no se reeditó tras su muerte: muy significativo del interés que despertó.

Hace cosa de dos meses lo encontré en una librería de viejo, por cinco euros, y lo he leído con creciente interés. Tiene un estilo austero, nada “literario”. Me dio la impresión de que estaba escrito de corrido, y así resultó ser: cerca del final, Marías dice que nunca hace borradores (llama la atención que el libro se comenzó el 14 de julio de 1988 y se acabó el 26 de agosto de 1988: casi 400 páginas en poco más de un mes).

Pero al ir avanzando en su lectura, uno se va dando cuenta de que, a pesar de la ausencia de énfasis, estamos ante un hombre admirable que cuenta una historia admirable: la de alguien que nunca formó parte de ninguna capilla o secta cultural o política, que lo pagó caro, pero que fue capaz de vivir con dignidad en un ambiente indigno.

El libro tiene muchos párrafos memorables; ahora que se ha hablado tanto de memoria histórica, esta sería una excelente lectura. Por ejemplo, así recuerda Marías el ambiente en España tras la revolución de Asturias de octubre de 1934:

La corrupción de la lengua es uno de los factores más eficaces de corrupción social. Los nombres de las cosas destiñen sobre ellas, y al cabo de cierto tiempo influyen más que su realidad; mejor dicho, modifican su realidad. Por las fechas que estoy evocando se empezó a llamar “fascismo” a cualquier cosa. Es cierto que las JONS y la Falange, con vacilaciones y titubeos, habían usado esta apelación, que por otra parte se había aplicado fuera de Alemania al nacionalsocialismo y después a movimientos afines en varios países europeos. En España, a los grupos que seguían a Gil Robles, que no era fascista sino demócrata, aunque entonces, ciertamente, poco liberal –en lo cual se parecía a otros muchos grupos y partidos-. Pronto, el calificativo de “fascista” se fue extendiendo, y se aplicó a los moderados de cualquier tipo, a los republicanos, siempre que no profesasen opiniones extremadas; poco después vino a ser el equivalente de “no marxista” (…)

Desde el otro lado, se generalizó el nombre “rojo”, que se fue extendiendo hasta cubrir todo lo que no era “fascista” o extremadamente conservador –aunque ambos grupos diferían bastante-. No se pida claridad ni rigor a estos términos, porque carecían de ella; al contrario, eran deliberadamente confundentes.

El resultado múltiple era: acentuar la oposición; eliminar en el vocabulario político lo que no era ni una cosa ni otra, y que era precisamente la mayoría; introducir un lenguaje peyorativo, que suscitaba la hostilidad y cortaba los puentes para el arreglo y la convivencia. Creo que las consecuencias fueron más graves de lo que pudo parecer (…) Se iba transformando lo concreto en abstracto; se pensaba antes que en las personas y en su verdadera condición, en los rótulos o etiquetas; de esta manera, las conductas se automatizaban, y en lugar de depender de lo que se veía, de lo existente, respondían a un estímulo, en gran parte nominal, y se disparaban. Es un proceso de deshumanización, que en casos graves puede llegar a la deshominización, que es precisamente lo que ocurrió un par de años después.

Y ya en vísperas de la Guerra Civil, la politización alcanzó su máximo:

Se atendía sobre todo a lo político; ante una persona, no se miraba si era simpática o antipática, guapa o fea, inteligente o torpe, decente o turbia, sino si era de “derechas” o de “izquierdas”. Se enjuiciaba todo automáticamente, según la facción a que se pertenecía o donde se situaba a los demás.

Un ejemplo gráfico:

Iba a la Facultad en el tranvía 46, en la plataforma delantera; creo que cerca de la plaza de Santa Bárbara subió al tranvía una mujer espléndida, de gran belleza y atractivo, elegante y bien vestida. Me quedé mirándola con complacencia. El conductor volvió los ojos para ver si los viajeros habían terminado de subir y así reanudar la marcha. Y la miró con un odio inconfundible. Me recorrió un estremecimiento de sorpresa y consternación: tuve una especie de iluminación y pensé: “Estamos perdidos. Cuando Marx puede más que las hormonas, no hay nada que hacer”. Aquel hombre no había visto una mujer estupenda, atractiva, deseable: había visto una enemiga. Lo más grave, conste, era la abstracción, la sustitución de la realidad concretísima por un esquema, un rótulo, una clasificación.

(Postdata: como ha recordado Joaquín hace unos días, los tres tomos de Una vida presente se acaban de reeditar en un volumen).

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19 respuestas a Julián Marías: Una vida presente

  1. Joaquín dijo:

    Me alegra que coincidamos. Sigo enfrascado con las memorias, que leo a sorbos, intercaladas con otras lecturas (así soy de impaciente). También coincido con esa frustración de no haber expresado a tiempo mi admiración a gente mayor, que se ha muerto sin despedir. Estas cosas se aprenden con la madurez. Pero también se relativizan mucho…

    Cordiales saludos como siempre

  2. pseudopodo dijo:

    Hola, Joaquín,

    Me llamó la atención la coincidencia cuando lo leí en tu blog, y pensé en comentártelo, pero ya tenía esto medio escrito y lo que hice fue acabarlo. Yo sólo tengo el primer tomo de las memorias, espero que comentes algo más sobre el resto. Seguro que es interesante, pero dudo que tanto como estos primeros años.

    Un saludo

  3. clodoveo11 dijo:

    Aunque la cosificación y etiquetación del adversario para «deshumanizarlo» son pulsiones universales humanas, me atrevo a decir que en el contexto contemporáneo y español concretamente han sido recurrente y preferentemente utilizadas por el marxismo y sus subproductos. Debe tenerse en cuenta por un lado que el objetivo máximo del marxismo es eliminar la esencia individual e independiente del hombre para someterlo al Estado impersonal y totalitario, del que es herramienta prescindible y coyuntural. Y por otro lado el marxismo, tras devastar en el hombre su esencia individual, crítica y reflexiva, apela descarnadamente a las emociones, a los «impulsos básicos», a lo primitivo e irracional que anida en el alma humana: de ahí su mayor efectividad propagandística y agitadora en comparación con el liberalismo que apela a la reflexión y el convencimiento racional. Todo lo cual fue expplotado hasta el paroxismo final en la II República, y de ahí su completo fracaso en contraste con la Transición, momento en que el marxismo no fue la fuerza motora de los acontecimientos.

    La anécdota del autobús, además de magistral, retrata de cuerpo entero los efectos del marxismo y otros totalitarismos (como el nazismo) deshumanizantes y nihilistas. Me gusta lo que dices de Marías: igual, cuando me convenza para retomar la filosofía, me animo a leerlo… 🙂

  4. En el ’93-’94, tuve la oportunidad de escuchar a Julián Marías gracias a un ciclo organizado por el Colegio Libre de Eméritos. A lo largo de seis u ocho meses, todos los miércoles, iba explicando la Historia de la Filosofía. Lo sabía todo, lo había leído todo, hablaba todos los idiomas… Era admirable.

  5. http://tumundovirtual.wordpress.com dijo:

    Hola te felicito por tu pçagina, tiene muy buen contenido, a la vez te invito a ti y a tus visitantes a que ingresen a mi web el cual es: http://tumundovirtual.wordpress.com felices fiestas y los espero a todos.

  6. Agus dijo:

    Qué bien suena. Sobre todo el hombre.

  7. pseudopodo dijo:

    Topo, veo que aprovechaste bien el tiempo, mejor que yo, que pude haber ido a esas conferencias y al final no lo hice (¿no eran en la calle San Bernardo, en Madrid? Estoy casi seguro de que tuve el programa y, como en la Feria del Libro, al final no fui).

    Sobre lo de “saber todos los idiomas”, hay una escena familiar que recuerda su hijo Álvaro: muchas tardes las pasaban sus hermanos mayores (Miguel, Javier, y Fernando) en el salón de casa, mientras su padre escribía a máquina:

    “Cada uno de mis hermanos, sin levantar la mirada del libro, le lanzaba constantes preguntas. Pongamos por caso: “¿Qué quiere decir charrue?”. Mi padre, sin dejar de teclear, respondía a velocidad de ordenador: “arado”. A los pocos segundos caía otra consulta en inglés, en alemán, en griego, en latín. . . que mi padre respondía tan veloz como infalible. A veces protestaba un poco: “podíais, por lo menos, decir de qué idioma se trata”. Esa utilización como “diccionario viviente” creo que le producía a mi padre un secreto placer. Su capacidad lingüística era tan irritante que reconozco haberle tendido, con la peor de mis intenciones, múltiples trampas. Cuando leía en otro idioma, memorizaba las palabras más raras y, a la hora de comer, le espetaba a bocajarro: “¿Qué quiere decir foulon?”. Como la cosa más natural, contestaba: “Batán”, palabra cuyo significado desconocen, en español, la inmensa mayoría de los españoles”.

    Clodoveo, es verdad que la anécdota del autobús es magistral. Me ha llamado la atención la idea de lo nocivo que es sustituir lo concreto por las abstracciones, sobre todo cuando se aplica a las personas. Bateson decía (creo que citaba a Blake) que el bien sólo se puede hacer en las cosas concretas, no en las generalidades ni en las grandes palabras. Cuando, encima, las abstracciones son políticas, la cosa empieza a dar miedo. Y aunque coincido en que esto ha sido la especialidad del marxismo, no tiene la exclusiva. De hecho, en parte me ha llamado la atención esta idea porque me temo que algo así estaba empezando a pasar en la legislatura pasada en nuestra política nacional. Espero que demos marcha atrás.

  8. Joaquín dijo:

    Sobre la anécdota del autobús (en realidad, del tranvía, según cuenta Julián Marías) quizá quienes no hemos conocido la guerra más que en los libros, o contada relatar a los viejos, no nos podemos figurar qué podía significar entonces el atuendo. George Orwell, en «Homenaje a Cataluña», comienza explicando cómo durante la guerra en Barcelona, los burgueses comenzaron a vestir mono, para mimetizarse en el ambiente, por lo que pudiera pasar.

  9. Caesitar dijo:

    Julian Marias fue un filósofo de segundo orden. Su conocimiento de los idiomas puede ser admirable, pero precisamente revela un defecto bastante europeo: la erudición extrema que acaba aletargando la posible originalidad.

  10. roke dijo:

    Vinculado en sugerencias Pseudo…

  11. loiayirga dijo:

    Mi tio cura ya fallecido me habló de un libro de Marías: España Inteligible.
    Lo lei tras su muerte y me interesó. Recorre la Historia de España defendiendo una tesis interesante y supongo que discutible. España es el único país que habiendo sido durante siglos musulman volvió a ser cristiano. España eligió ser lo que había sido: un país católico. Según él esa vocación (tan poco común) estaría en la raiz de la nación española y de su misión.

    Creo que como filósofo no es (coincido con Caesitar) un creador comparable a Ortega o a Zubiri. Pero yo he aprendido mucho leyéndolo.

  12. Athini dijo:

    Quizás sea interesante contrastar la trayectoria vital de Julián Marías con la de Aranguren. En esta página se puede encontrar el artículo que a la muerte de Aranguren publicó Gustavo Bueno, y también ciertas puntualizaciones de Francisco Carantoña al citado artículo de Gustavo Bueno (son el primer y el último ‘item’ de la página electrónica):

    http://www.filosofia.org/bol/not/bn003.htm#bue

  13. pseudopodo dijo:

    Caesitar, Loiayirga: seguramente Marías no es un filósofo de primera fila, pero filósofos de primera fila hay muy pocos (¿tenemos alguno en España hoy? yo creo que no). A mí lo que me ha interesado no ha sido su filosofía (de la que no habla en el libro) sino el ejemplo de valor y honradez de su vida.

    A propósito de eso, es muy interesante el tema que saca Athini. No conocía ese artículo de Gustavo Bueno, pero si recuerdo la polémica entre los hijos de uno y otro filósofo. Os recomiendo leer los artículos que salieron en El País en 1999

  14. betreten... dijo:

    Insistiendo en la obsesión marxista (en general, totalitaria) de eliminar lo concreto en beneficio de lo general, no puedo evitar recordar las palabras del presidente de los nacionalistas vascos arrogándose la exclusiva interpretación de lo que es beneficioso para los vascos, porque, al fin y al cabo, los únicos vascos son ellos, o quizá, sólo ellos saben qué es ser vasco.

  15. Mery dijo:

    Podríamos decir que mas que filósofo era un «Pensador» de primera categoría; con un profesor como Ortega y Gasset hubiera sido muy difícil superarlo. Marías, en mi opinión, es una figura admirable, por todo lo que ha apuntado aquí el anfitrión y por mucho mas.
    Un saludo a todos.

  16. María dijo:

    Hola! Me encanta Julián Marías desde los 15 años, He leido también sus memorias y varias cosas más. y también yo llegué a escribirle una carta, que nunca le mandé y también me arrepiento. Consuela un pocp poder compartir esta experiencia…Por lo que decíais de su categoría, yo no sé si es un filósofo de primera o no, pero me encanta seguirle en su pensar, me fascina ver el mundo a través de sus ojos, y sobre todo me convence como modelo de persona y de vida. Veo que estas conversaciones son del 2008 pero bueno… acabo de llegar ahora…UN saludo a todos

  17. Dr.J dijo:

    Citaré en este caso para que no os metáis conmigo como siempre:
    «Me basta ver, por ejemplo, que Julián Marías, ese diletante simpático con tendencias intelectuales averiadas, sea tenido ahora en España por «filósofo» para desconfiar un poco de la España «nueva». Menos filósofo por cierto (y esto es mucho decir) que su maestro el «sofista honrado» y preclaro «ensayista» Ortega y Gasset» Leonardo Castellani, Dinánica Social n.142 (marzo/mayo de 1963)
    A mí me hacían gracia sus comentarios de cine en el añorado Blanco y Negro, decía que las películas eran cada vez más oscuras y era ¡qué se estaba quedando ciego el pobre! de hecho me caía mucho mejor que su niño Javier, los otros hijos son de gran valía. Vale

  18. UnObservador dijo:

    Julián Marías fue un gran hombre. Su grandeza fue quizá producto de al menos dos factores: el primero, una profundo respeto a la verdad. Esa devoción por la verdad arranca en él a los seis años de edad cuando se juramenta con su hermano, tres años mayor que él, «a no mentir nunca». Será fiel a la verdad toda su vida. Eso explica que, por ejemplo, renuncie a un puesto soñado y profundamente deseado como docente en la Universidad en los años 50 -Marías tenía una profunda vocación de maestro, de profesor; enseñar le hacía feliz- porque acceder a ese puesto exigía prestar juramento a los principios del Movimiento Nacional, en los que no creía.
    El otro factor que le hizo grande fue haber nacido con una capacidad intelectual superior, dotada de un brillo y una capacidad de penetración -y de una memoria- muy fuera de lo común.
    Era un gran hombre.

    En cuanto a la anécdota del conductor del tranvía que mira con odio, en vez de con deseo, a una mujer hermosa, elegante y bien vestida, la clave está en el atuendo de la mujer, que denota que pertenece a la clase pudiente. A los ojos del conductor esa mujer puede lucir ropas elegantes porque pertenece a la clase explotadora, la clase responsable de que los hijos de él, su propia mujer y él mismo tengan que vestir ropas míseras. La escena tiene lugar en la España prebélica de los años 30, una España sumida en profundas desigualdades sociales e injusticias de todo orden, que está llegando al límite, y que pronto va a caer en una locura homicida. En esas circunstancias la mirada de odio es comprensible, a menos que la explicación sea que el conductor y la mujer elegantemente vestida se conocieran previamente y estuvieran enemistados por alguna razón, lo cual también es posible.

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