Eddington y las dos mesas

New York Times 1919Estamos acostumbrados a ver a Einstein como la imagen por antonomasia del científico, pero ¿Cuándo se convirtió en un icono? No cuando recibió el premio Nobel, en 1921 (que, además, le fue concedido por su explicación del efecto fotoeléctrico y no por la “controvertida” Teoría de la Relatividad).

Si por aquella época existiera Google Trends, el gran pico para Einstein aparecería en noviembre de 1919. Entonces aparecieron los resultados de las medidas que se habían realizado en mayo de ese año durante un eclipse, en una remota isla cerca de la costa africana. Su análisis demostraba que la gravedad del Sol curva la trayectoria de la luz, una de las consecuencias más asombrosas de la Relatividad General. La expedición la había dirigido Arthur Stanley Eddington, y fue él quien hizo los cálculos y anunció el resultado.

La noticia apareció en las portadas de muchos periódicos de todo el mundo, y Einstein se convirtió en una estrella para los medios. De modo que podríamos decir que fue Eddington quien le apadrinó en el estrellato. El New York Times dijo que, según Einstein, “sólo doce hombres” entendían esa teoría; y en sucesivas versiones (al modo del juego del teléfono estropeado) el número fue reduciéndose. Cuando un periodista que entrevistaba a Eddington le comentó que, según Einstein, sólo había tres personas en el mundo que comprendieran la Relatividad, este respondió “¡Ah!, ¿y quién es la tercera persona?”

Eddington bromeaba, claro, pero lo cierto es que en aquellos años, con la Primera Guerra Mundial recién terminada, la comunicación científica entre Alemania y el resto del mundo era muy escasa, y fue él quien dio a conocer la teoría de Einstein al público científico inglés. Y también al no científico: Eddington tenía un extraordinario talento para la divulgación, y combinaba con talento la erudición, el humor y las alusiones literarias. Fue, seguramente, el autor que mejor ha sabido explicar los aspectos filosóficos de la nueva física que estaba surgiendo (ya traje aquí hace tiempo su imprescindible parábola de la red).

En 1927, Eddington impartió las conferencias Gifford en la Universidad de Edimburgo. Más tarde fueron publicadas con el título de The Nature of the Physical World, y no han dejado de reeditarse desde entonces. Su introducción es, en mi opinión, una obra maestra. Les dejo con ella (la traducción es mía, así que se admiten mejoras)

* * *

Me he puesto a escribir estas conferencias y he acercado mis sillas a mis dos mesas. ¡Dos mesas! Sí; hay duplicados de todos los objetos a mi alrededor: dos mesas, dos sillas, dos plumas. (…)

Con una de las dos mesas estoy familiarizado desde mis primeros años. Es un objeto corriente del ámbito que llamo “el mundo”. ¿Cómo la describiría? Tiene extensión, es relativamente permanente; tiene color. Sobre todo es sustancial. Por sustancial no quiero decir simplemente que no se hunde cuando me apoyo en ella; quiero decir que está constituida de “sustancia”, y con esa palabra quiero evocar una concepción de su naturaleza intrínseca. Es una cosa: no como el espacio, que es mera negación; ni como el tiempo que es… ¡sabe Dios qué! Pero esto no aclarará lo que quiero decir, porque es la característica distintiva de una “cosa” tener esta sustancialidad, y no creo que la sustancialidad pueda describirse mejor que diciendo que es la clase de naturaleza ejemplificada por una mesa corriente. (…)

La mesa nº 2 es mi mesa científica. Es una conocida más reciente y no me siento tan familiar con ella. No pertenece al mundo que mencioné antes, ese mundo que aparece espontáneamente a mi alrededor cuando abro los ojos -aunque no voy a considerar aquí cuanto de él es objetivo y cuanto es subjetivo-. Es parte de un mundo que se ha impuesto a mi atención en modos más tortuosos.

Mi mesa científica es casi toda vacío. Dispersas en ese vacío hay aquí y allá numerosas cargas eléctricas apresurándose a gran velocidad, pero todo su volumen es, en conjunto, menos de una billonésima del volumen de la mesa. A pesar de su extraña construcción, resulta ser una mesa enteramente eficiente. Sostiene mi papel tan satisfactoriamente como mi mesa nº 1; porque cuando dejo el papel sobre ella, las pequeñas partículas le golpean desde abajo, así que el papel se mantiene a un nivel casi estable, como la pelota en el juego del volante. Si me apoyo sobre mi mesa no la atravesaré; o, para ser estrictamente preciso, la probabilidad de que mi codo científico pase a través de mis mesa científica es tan sobremanera pequeña que puede despreciarse a efectos prácticos.

Repasando sus propiedades una a una, parece que para propósitos ordinarios no hay ninguna razón para elegir una u otra de las dos mesas; pero si sobrevienen circunstancias anormales, mi mesa científica demuestra sus ventajas. Si la casa se incendia, mi mesa científica se disolverá de manera muy natural en humo científico, mientras que mi mesa familiar atravesará una metamorfosis en su naturaleza sustancial que sólo puedo contemplar como milagrosa.

No hay nada sustancial en mi segunda mesa. Es casi todo espacio vacío, espacio atravesado, es cierto, por campos de fuerza, pero éstos se asignan a la categoría de “influencias”, no de “cosas”. Incluso a la minúscula parte que no está vacía no la debemos transferir la vieja noción de sustancia. Al diseccionar la materia en cargas eléctricas, hemos viajado lejos de la imagen que dio origen al concepto de sustancia, y el significado de tal concepto, si alguna vez tuvo alguno, se ha perdido por el camino. Toda la tendencia de la visión científica moderna es romper las categorías separadas de “cosas”, “influencias”, “formas”, etc, y sustituirlas por un trasfondo común a toda experiencia. Ya estudiemos un objeto material, un campo magnético, una figura geométrica o un periodo de tiempo, nuestra información científica se resume en medidas, y ni el aparato científico ni el modo de usarlo sugiere que haya nada esencialmente diferente en estos problemas. Las medidas en sí no proporcionan una base para esa clasificación por categorías.

Sentimos la necesidad de conceder un trasfondo a las medidas –un mundo externo- pero los atributos de ese mundo, excepto en lo que es reflejado en las medidas, están más allá del escrutinio científico. Finalmente, la ciencia se ha revelado contra la práctica de adjuntar, al conocimiento exacto contenido en esas medidas, una galería de imágenes y conceptos tradicionales que no contienen auténtica información sobre ese trasfondo, y que introducen irrelevancias en el esquema del conocimiento. (…)

No hace falta que les diga que la física moderna, mediante experimentos delicados y lógica implacable, me asegura que mi segunda mesa, la científica, es la única que realmente “está ahí”. Por otra parte, no tengo que decirles que la física moderna nunca tendrá éxito en exorcizar la primera mesa, ese extraño compuesto de naturaleza externa, imaginería mental, y prejuicio heredado, que es visible a mis ojos y tangible a mi mano. (…)

[Continuará]

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8 respuestas a Eddington y las dos mesas

  1. Folken dijo:

    Ni exorcizar los compuestos extraños ni la magia y la superchería de homeópatas, chamanes y fanáticos varios.

  2. pseudopodo dijo:

    Gracias, emulenews, había oído que el NYT había puesto en línea su archivo, pero no había encontrado esos artículos, aunque había buscado referencias en la prensa a Einstein y el eclipse de 1919. Es una sensación curiosa leer en un periódico algo que uno ha estudiado en los libros…

    Folken, claro que no. Y eso que ahí bastaría sentido crítico, no hace falta mucha ciencia..

  3. .Marfil. dijo:

    «Es la característica distintiva de una “cosa” tener esta sustancialidad, y no creo que la sustancialidad pueda describirse mejor que diciendo que es la clase de naturaleza ejemplificada por una mesa corriente.» 😀

    Me ha gustado mucho el escrito, a la espera de la segunda parte.

  4. Alberto de Francisco dijo:

    En mis explicaciones a alumnos de Comunicación Audiovisual de principios básicos de física, como el electromagnetismo, o el comportamiento de las ondas, me surge la duda de hasta que punto llevar las analogías, y hasta qué punto imponer la matemática.
    Lo primero me es muy útil. Por ejemplo al explicar la refracción de una onda que llega con cierto ángulo a un medio más denso utilizo la analogía del socorrista que corre en una playa y luego nada hasta llegar al banista, utilizando no la linea recta sino el camino más corto en el tiempo No anade ninguna otra información al hecho en sí, pero les permite «creer»que eso es natural.
    Desde luego que usar el seno es mucho más potente, pero no les transmite la verosimilitud del socorrista…

  5. pseudopodo dijo:

    Alberto, la analogía del socorrista es magnífica, yo no le pondría ningún pero (bueno, sí: que a lo mejor algún día alguien te pregunta cómo se las arregla la luz para saber cual es el camino más corto…)

    Yo creo que en la enseñanza de la física clásica no hay que evitar las analogías con el mundo familiar, precisamente porque el mundo familiar es clásico. Otro problema es con la física cuántica, que es dónde se plantea más claramente el problema del A, B, C… que dice Eddington en el post siguiente.

  6. bestgreentea dijo:

    Solo 12 personas entendia su teoria…me supongo que esos 12 eran premios Nobel.

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