Cuando era pequeño y vivía en casa de mis padres, todos los objetos de esa casa tenían personalidad para mí.
La escalera plegable no era un mero adminículo para cambiar las bombillas o subir al desván: era La Escalera. La mesita del salón no era un objeto que servía para sujetar un florero o dejar los periódicos. Con sus remates de latón (que yo desatornillaba para sentir su peso y el peculiar olor que dejaban al frotarlos), con su pañito apresado por un vidrio (que era transparente y sin embargo verde mirado por el canto, y que fosforescía en la oscuridad) la mesa era La Mesa, se definía por lo que era en sí misma y no por su función o su utilidad.
Así con todos los objetos de la casa. No “estaban ahí”, sino que la habitaban, como familiares mudos, como compañeros que habría sido desleal echar de casa. Y no se los echaba, porque a nadie se le ocurría cambiar de muebles o renovar las cortinas: uno tenia lo que tenia, no se planteaba cambiarlo a no ser que no hubiera más remedio. El consumismo era desconocido.
Y para un niño, en su tiempo logarítmico, eso significaba que la casa era un reino encantado y eterno, y sus objetos, elementos fijos del mundo, entes tan inmortales como las Ideas de Platón. Todavía, cuarenta años después, sigo viendo así esa casa que ahora es sólo de mi madre.
Creo que mi experiencia de niño es una experiencia común. Mis hijos nunca quieren tirar nada: con todo se encariñan; los objetos para ellos son seguramente, como eran para mí, presencias mudas pero personales.
Sólo que ahora cambiamos los muebles, cada día entra un nuevo gadget y sale otro, y no hay un peluche sino cincuenta. Lo llamamos riqueza, pero es desarraigo. Y así lo llamarían los niños si conocieran la palabra y si tuvieran otro mundo, un reino encantado y eterno con el que comparar.
¡Qué lúcido y hasta poético!
Pero también nosotros somos fetichistas, cuidado, ¿es que acaso -por buscar un ejemplo entre miles- no asocioamos determinadas canciones a determinadas personas conocidas en determinada época?
En cualquier caso, yo también tengo la sensación de que los chavales de hoy día resultan avasallados con objetos, juguetes y estímulos. Aunque en fin… también es norma que los más mayores nos quejemos de una juventud siempre diferente
Ojo: El enlace al (nuevo) blog de Héctor estaba mal: Sequenzas está aquí.
Creo que la das categoría de universal a lo que es únicamente tu propio camino vital. Igualmente, creo que minusvaloras la capacidad de adaptación al cambio.
Cierto. Pero no hay nada que la edad no corrompa, incluida esa sensación de los niños acerca de la inmutabilidad de los objetos que les rodean.
Por cierto, que puede verse esto de la forma contraria. Que los niños se atan en exceso a objetos materiales puede que no sea lo más adecuado. Tal vez sea mejor cambiarlos (o cambiar de lugar) para que eso no ocurra.
Cambiar a los objetos me refiero, no la los niños, claro XD
He leído el escrito y los comentarios. Ten paciencia.
Si señor, el consumismo obligatorio de usar y tirar lo ha cambiado todo. Lo más gracioso es que jamás se ha hablado tanto de ecología y sostenibilidad…
«Un reino encantado y eterno».
Sospecho que tras tu denuncia del consumismo (que comparto), lo que te desasosiega es la impermanencia. Criticas el desarraigo pero, ¿no será que te domina el apego?. La vida humana no se desarrolla en el reino de lo eterno, sino en el océano del cambio. La madurez consiste en saber encontrarle su encanto.
Vaaa Masgüel, te has salido esta vez
«La vida humana no se desarrolla en el reino de lo eterno, sino en el océano del cambio.»
Bueno, por aportar; te añado.
Lo eterno lo es porque no hay elección posible, o esta es muy reducida. El cambio sucede porque hay más elementos, potencialmente infinitos, como las gotas del oceano ese del que hablas.
A nás elecciones, más permutaciones posibles.
Y más desasosiego.
Dale a la Ley de Potencias, Pseudópodo, y verás que al final, la habitación no ha cambiado; sólo tu punto de vista.
Vuelve a la escena de la cuchara de Matrix.
«It is you that bends, there is no spoon»
saludos
Tu descripción es tan exacta y el tema tan interesante que creo merece un desarrollo mayor. Por casualidad, precisamente hace unos días reedité mi particular versión de tu tiempo logaritmico, que en mi caso se reduce a una mera progresión geométrica. Sin embargo, mi tesis me parece más ajustada a la realidad. ¡Para eso es la mía jajajja!
Échale un vistazo. Está en el blog.
¡Que bien contado! Me siento plenamente identificado. Hubo dos edificios, con todos sus objetos personales, que fueron mi infancia, mi verdadera patria. Hace un par de años se derribó el último (expoliado ya unos años antes) y nunca me sentiré igual. Ahora si que vivo desarraigado.
Me hiciste recordar mi niñez y ese escritorio en que solía trabajar mi papá durante horas. Ahora soy yo quien trabaja en él.
Una de las cosas que nos quita el consumismo moderno, es la de recordar a nuestros seres queridos a través de su herencia. Ese apego a las cosas nos da una identidad, nos recuerda que pertenecemos a una familia generación tras generación.
http://dinoviolencia.blogspot.com
http://pactoarcoiris.blogspot.com
La aparente universalidad del efecto lo hace más (o menos) interesante. Supongo que está ligado a la adquisición del lenguaje, el gallo dibujado en el libro era un gallo y no un dibujo; la introducción del escepticismo o suspensión de la credulidad es posterior.
Pero el recuerdo siempre engaña, mejor dicho crea. Hay una mesa y un televisor en mis recuerdos que siempre son los mismos pero no corresponden con el tiempo «real» si comparo datos con mis familiares. Fenómeno parecido al «amueblado» de nuestros sueños, puede parecer atrabiliario pero es mobiliario.
La persistencia de las imágenes en la retina desde luego cambió, una canción de éxito hace 40 años lo era varias temporadas y ahora apenas una semana. Abstengámonos de valoraciones morales más allá de la constatación. Unos versos de Luigi Pirandello ( o de su traductor):
Puericia, arcana fábula de recuerdos
sombra, quien a tí se acerca,
sombra, quien de tí se aleja.
Topo, creo que lees (o escribes) demasiados papers últimamente: pareces un referee 🙂 No pretendía hacer una teoría con esto, sólo poner en limpio una ocurrencia que me vino al ver en mis hijos el mismo apegarse a las cosas que tenía yo de pequeño.
Quizá el fetichismo que dice Héctor -fetichismo en sentido amplio, claro-, sí tiene que ver con esto porque es como una supervivencia de este dotar de ánima a los objetos. Precisamente después de escribir el post pensaba que para los adultos la mayoría de las cosas han perdido esa connotación, excepto, probablemente, los libros, y esa es una de las razones sentimentales por las que el libro electrónico despierta esa desconfianza: el libro de papel es algo más que un objeto, es un “objeto personal” para mucha gente.
eulez, yo creo que lo natural para un niño que viva en un entorno estable es encariñarse con las cosas; eso es una señal de que lleva una vida psicológicamente sana. Sería una crueldad cambiárselas: ya vendrá la vida a llevarse las cosas que quiere (y las personas…).
madebymiki & Blanca: efectivamente, todo tiene cara “b”. Cada objeto nuevo que entra desplaza un poco a los antiguos, y a la larga los echa. La incoherencia de hablar de sostenibilidad, etc, pero vivir en un mundo en el que cada día entra un nuevo gadget me recuerda a la industria del turismo que siempre te vende sitios llenos de historia y tradiciones, a la vez que destruye todas esas tradiciones, que se convierten sólo en cáscaras vacías, espectáculos para el turista. Quizá no se ha señalado lo suficiente que en nuestro ámbito íntimo pasa algo parecido con el consumismo.
Masgüel, la madurez es muchas cosas más. Yo lo resumiría en aceptar que las cosas son como son y no como uno quiere. Eso incluye, es verdad, aceptar su falta de permanencia, y en definitiva, la caducidad de todo. Pero lo que me llamaba la atención en esto es que la novedad continua se nos presenta como una riqueza y en realidad, cuando somos niños y nuestros gustos son más espontáneos, lo que nos gusta es que las cosas sean permanentes (otro ejemplo es cómo les gusta a los niños que los cuentos sean siempre iguales). En algún momento supongo que es natural que empecemos a preferir las novedades, pero creo que, como tantas cosas, hoy esto se adelanta demasiado y lo niños lo viven antes de tiempo.
Además, creo que esta sobredosis de novedades no prepara para la auténtica madurez, porque en la dinámica actual queremos que los cambios sean a nuestra medida (de una u otra manera se trata siempre de que todo se haga dando a un botón): lo contrario de aceptar las cosas como son. Y por otra parte, ¿no puede haber un apego a la novedad?¿no estamos cayendo en una dependencia de las novedades?
josele, pues sí, las permutaciones crecen exponencialmente con el número de cosas, de modo que la complejidad y la posible novedad se dispara. Lo que sugieres de Matrix es lo más inquietante que le puedes decir al niño que quiere que la habitación sea eterna: es el anti-mundo de las ideas…
Animal de Fondo, está muy bien tu post. Le das un giro diferente que va más allá de lo que yo decía, pero no es incompatible con el mío, al contrario, explica con un ejemplo muy bueno lo que seguramente es la justificación mejor del tiempo logarítmico: la ley de Weber-Fechner. Porque para pasar de una progresión geométrica a una aritmética lo que tienes que hacer es tomar logaritmos. En realidad, se podría hacer una síntesis de los dos posts (una re-reedición).
Joaquín, eso de que demuelan el edificio debe ser duro, sí. Me ha recordado a la “Elegía al jardín de mi abuela”, una preciosa canción de Vainica Doble, no sé si la conoces.
Dr.J, yo lo veo como independiente del lenguaje, más bien pienso que hay como un animismo infantil espontáneo que al hacernos adultos vamos abandonando, pero nunca del todo (y ahí está el fetichismo del que hablaba Héctor). Y sí, seguro que los recuerdos son engañosos, pero se trata de maneras de mirar, y cada una es válida para el que mira. Yo tengo la suerte de que la casa de mis recuerdos sigue allí y muy poco cambiada, pero ahora me sorprende, por ejemplo, lo pequeño que es todo. ¿Es pequeño en realidad? No, era grande para mí, y eso basta.
Julián Marías, Introducción a la Filosofía (1947):
«A mi entender, son cuatro las causas principales y directas del fallo de la familia tradicional.
(…)
La segunda causa es la angostura económica (…) [que] tiene dos consecuencias: la más notoria es la necesidad de trabajar más tiempo y más pesonas de cada familia (…); las otra es la progresiva desaparición del «fondo de reserva» de las familias, es decir, de la «casa» como depósito tradicional de cosas: una casa normal de las generaciones que nos han precedido inmediatamente era un repertorio casi inagotable de ropas, de objetos de uso, de retratos, de viejos recuerdos; el tamaño de las habitaciones actuales, la mala calidad de los muebles y los tejidos, poco duraderos, la limitación de las adquisiciones a lo indispensable, han volatilizado ese sustrato material en que la vida familiar se decantaba; para los niños de esta época no existirá la fabulosa realidad que han sido los grandes armarios, las cómodas, los baúles llenos de objetos heteróclitos, poso tangible y visible en que se renovaba la vivencia de lo que era esa potente realidad que llamamos familia.»
(MARÍAS, Julián. Introducción a la Filosofía. Alianza Ed., Madrid, 1979. Pp. 63,64).
Magnífico el texto y muy oportuno: gracias, francisconoma. Tengo que leer ese libro.
>>> Y así lo llamarían los niños si conocieran la palabra y si tuvieran otro mundo, un reino encantado y eterno con el que comparar.
Leyéndote diría que sí pretendías llegar más allá de tu experiencia personal (o de los tuyos) y establecer leyes generales. El ritmo de cambio se ha acelerado y tú das a entender que esto es negativo, que conlleva desarraigo. ¿Es ese tu punto de vista?
tanto cambio no hace bien a la imaginación
Me ha parecido una preciosidad, y justo en el momento en que estoy tomando notas en la casa de la playa sobre algo parecido.
Lo hará el verano…
Besos