Ganas de leer

Cada vez leo más ensayos y menos novelas. Supongo que es la edad: Josep Pla dijo aquello de que “un hombre que después de los 40 años aún lee novelas es un puro cretino”.

Leo en el cercanías, con un lápiz en la mano, marcando la estructura, “presubrayando”. Normalmente, varios libros en paralelo: ahora, El encuentro entre ciencia y religión, de Ian Barbour, La evolución del deseo de David M. Buss, y Programming the universe de Seth Lloyd. No hay nada que me guste más que leer, pero leo como si fuera una obligación, como si tuviera una misión, algo importante que descubrir y poco tiempo para descubrirlo.

Y llega un momento en que empiezo a saturarme, a notar la sequedad de espíritu (¿la acedia?). Me viene un deseo infantil, un deseo de puro cretino, de encontrar libros “que me dijesen cosas bonitas”. De encontrar un libro que sea “el hacha para el mar helado que llevamos adentro”. O simplemente un libro en el que me pierda, como me perdía hace muchos años en Robinson Crusoe, tumbado en el sofá, en casa de mis padres.

Así que un día como hoy entro en una librería, sólo diez minutos mientras hacía tiempo, y miro los estantes con hambre. No compro nada porque tengo muchos libros pendientes. Pero anoto estos:

· El reloj de Carlo Levi
· Cuentos completos de Saki
· Las cosmicómicas de Italo Calvino
· Las cosas de Georges Perec
· Cuentos contados dos veces de Nathaniel Hawthorne
· Cuentos completos de Flannery O’Connor

¿Hay alguno de estos libros que diga cosas bonitas?¿Qué sea como un hacha para el mar helado?¿O simplemente, en el que uno se pueda perder?

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28 respuestas a Ganas de leer

  1. Imrahil dijo:

    Muy buenas:

    Por lo que te leo del blog, con Las cosmicómicas, no es una novela de ciencia ficción al uso. Normalmente las novelas SF son más bien ingeniería-ficción, las propuestas futuristas pasan por que los avances científicos ya se han plasmado en «ingenios» que nos permiten hacer cosas, viajar a las estrellas, hacer robots, manipular el ADN, la mente etc. En esta, las propuestas científicas se asumen como ciertas y simplemente se experimentan, como un amanecer o un baño en el mar. Pasarás un buen rato. Ahora bien, perderse como cuando eres un niño y descubres La Isla del Tesoro, Las Minas del Rey Salomón o Sandokan, creo que es algo que sólo está al alcance de los niños. ¡Cómo lo hecho de menos!

    Saludos cordiales.

  2. Imrahil dijo:

    Hola otra vez.

    He leído de nuevo mi comentario y la primera frase está fatal, mea culpa.

    Debería ser :
    Por lo que te leo del blog, creo que con Las cosmicómicas disfrutarás. No es una…

    Mis disculpas. Habitualmente, suelo releer los comentarios antes de enviarlos, pero hoy no.

    Saludos cordiales

  3. telemaco dijo:

    Cuanto me alegro de leer este post. Yo ya estaba pensando que «esto» me ocurría a mi solo.

    Gracias

  4. ARP dijo:

    Los cuentos de Flannery (tengo un montón de entradas sobre ella en mi blog). Hawthorne tengo intención de leerlo ahora: un cuento suyo (el joven Goodman Brown) es una de las cosas más impresionantes que he leído en mi vida.
    De Perec, en todo caso, La vida, instrucciones de uso, aunque es un libro frío, pero al menos lleno de historias.

  5. A. N. Ónimo dijo:

    Pseudópodo, muchas gracias. Yo también he pasado exactamente por eso: leer mucho, encantarme, pero hacerlo siempre con sensación de premura, de querer acabar para asimilar el contenido y pasar a la siguiente cosa que tienes que leer.

    En cuanto a la proporción ensayo/novela, siempre -siempre- ha sido mayor a 1. Mis lecturas infantiles eran más Verne que Salgari, y supongo que eso condicionó mi tierno cerebro a esperar de un libro que fuera principalmente una fuente de información. Eso durante años me ha incapacitado para la lectura de la poesía, por ejemplo.

    Me ha encantado tu comentario de querer «encontrar libros que me dijesen cosas bonitas». Me siento exactamente identificado. Estos últimos meses me ha pasado varias veces por semana: repasas las estanterías por si acaso, pero ya sabes lo que vas a encontrar, y no puedes dejar de preguntarte qué leche tenías en la cabeza cuando, en el afán enciclopedist, dejaste desnutrida tu alma de belleza y poesía.

  6. loiayirga dijo:

    Los que leemos menos que tú, con diferencia, estamos ansiosos de que leas libros y nos cuentes los valores que les ves. Pero recuerda que la prisa es una «furia podadora y el desprecio de los caminos».

    Yo, que por mi caracter, oscilo entre la euforia y la depresión (sin llegar a lo patológico) tengo una ventaja: en los momentos de pasión puedo apasionarme con cualquier cosa. Recientemente, como sabes, tenía entre manos dos libros: «La vida instrucciones de uso» de Perec y el de Primo Levi, «Si esto es un hombre». Los leía entusiasmado. Tenía la sensación de estar leyendo en aquel momento lo mejor que podía leer.

    No siempre me pasa lo mismo. A veces siento una especie de ansiedad. Habría tantas cosas interesantes de las que ocuparse y el tiempo es tan poco…

    Interesantísimo lo que encontraste de «la acedia».

  7. Atención, pregunta: ¿No sientes que a los ensayos les suelen sobrar las tres cuartas partes de lo escrito? Una vez expresada la tesis y aportado evidencia respecto a ella, el resto es darle más y más vueltas a lo mismo.

  8. Javier dijo:

    No Topo, no. Pero no y no y no. Un buen libro tiene la longitud necesaria para que forma y fondo concuerden. Además de la tesis principal, una novela o un ensayo contienen ideas menores, imágenes, repeticiones para aumentar el énfasis. Es la diferencia entre el libro y el artículo. En el libro hay algo más (a nivel artístico a veces, humano siempre) para aumentar la experienca.
    Psi-ópodo, cógete los cuentos de Saki. No hay nada más agradable que sonreir.
    Por cierto, al acercarme a los ocho por cinco, lo que a mi me va costando es leer libros largos. Rara vez toco algo que pase de las trescientas páginas. La fatigue du nord será.
    Hace unos años, en una fase de pérdida de interés por la lectura, un amigo me recomendó un page-turner que además es una novela costumbrista excelente. Era «Ni un pelo de tonto». Desde entonces acudo a Richard Russo cada vez que saca un libro para que me cuente sus mundos. ¡Sus personajes! Te deja siempre con ganas de saber más. Es una sensación genial, me perdonaréis el adjetivo adolescente.

  9. Candelero dijo:

    De los libros que apuntas no he leído ninguno.

    A mí también me pasa algo así. Oscilo a veces entre la fiebre por saber más y devorar ensayos, por una parte, y las ganas de perderme (¿evadirme?) en los frondosos bosques de la ficción. Y a veces me encuentro sorprendido con la sensación de que me intento evadir a través de la filosofía o que encuentro una perla de realidad en una ficción. Pienso que «el hacha para el mar helado que llevamos dentro» la podemos encontrar en cualquier tipo de literatura, mientras haya sido escrita con luz y uno tenga la disposición interior adecuada. Por otro lado, ¿por qué será que leemos creyendo que encontraremos ahí algo que nos falta? Aunque sea con frecuencia una sed dulce, siempre se corre el riesgo de que se convierta en una sed insaciable al fin y al cabo, como la de poder, o eso me parece. En todo caso, encontramos «dedos que apuntan a la luna», que también, aunque no sean la luna, son necesarios.

  10. Mari Pili dijo:

    Me has quitado las palabras de la boca, Telemaco: a mí me viene pasando desde hace ya demasiados años. Leo con avidez seis o siete ensayos al tiempo -ciencia, historia, antropología, astronomía, psicología- pero en el interín ya me he comprado otros dos o tres o he pasado por la biblio y he sacado ese libro de Gould que siempre quise leer…Un dislate.

    En cuanto a lo que dice Topo, no estoy de acuerdo. De hecho, eso me pasa más con la novela, en la que generalmente vislumbro la intención del autor de llenar las consabidas 300 páginas.

    Personalmente, creo que la necesidad de que me cuenten cosas («el hacha», del que habla el autor) queda plena con el cine. Del listado sólo he leído «Las cosas». Y lo recomiendo encarecidamente.

  11. tic616 dijo:

    Deberías leerte «Marina» de Carlos Ruíz Safon. Una historia fantástica y de amor. Muy «bonita»

  12. clodoveo11 dijo:

    Pues yo sí estoy de acuerdo con topo. De hecho, la mayor parte de las veces se compra un ensayo del cual ya se conoce la tesis y más o menos los argumentos para sostenerla. Con la novela (y aviso que no soy lector de novelas ni narrativa alguna) la sorpresa parece incluída en el lote, y casi todos afrontan el leeerla como una concesión a la maravilla, intriga, al descubrimiento en suma. Con el ensayo ya se va sobre seguro: nos informamos del autor y de sus andanzas previamente, oímos o leemos críticas y recomendaciones sobre el mismo, nos aseguramos antes de adquirirlo con más firmeza que con la narrativa, etc. Por eso el factor sorpresa se minimiza, y más en internáuticos habituales y superinformados. Por eso, y por la instantaneidad de la Red a la hora de adquirir conocimiento, le veo poco futuro al ensayo impreso, mientras que la novela no adolece de esos inconvenientes.

    Reconozco además que como lector de ensayos mi búsqueda única es el conocimiento, el dato, la información; por supuesto valoro el que esté bien estructurado, argumentado y ameno como características positivas, pero lo básico es que no tenga «paja» ni redunde en lo ya sabido. Y ese es el problema: que cuanto más sabes (cosa que viene acarreada inevitablemente con la edad) menos te llena.

  13. Juanjo dijo:

    ¡Qué bien te entiendo! Un poco de aire. ¿Y algo de Natalia Ginzburg?

    http://compostela.blogspot.com/2005/11/natalia-ginzburg.html

  14. loiayirga dijo:

    ¡Que alegría se va a llevar el jefe con tantos comentarios! 🙂 ¿A que hace ilusión?

    Es cierto, como decís algunos, que en los ensayos te gustaría que las ideas esenciales estuvieran resumidas y poder prescindir del resto. A mí me ha pasado eso con J. A. Marina. Dice uno, di exactamente lo que tengas que decir y no me lo adornes tanto.

    A mí también me gusta más el ensayo que la novela. Con mucha diferencia. Se supone que el ensayo maneja conceptos. Yo creo que el concepto sabe captar mejor la realidad que la narración de un caso concreto. A mí me gusta comprender las cosas con la exactitud y el rigor que dar el concepto. La sugerencias de la poesía y el arte, la compresión de la vida que produce la novela, no digo que no sea valiosa, pero es siempre más difusa, menos precisa, más eterea. Ambigua. Los conceptos dicen lo que dicen.

    Yo prefiero la precisión a la ambigüedad.

  15. pseudopodo dijo:

    ¡Qué gracia me ha hecho lo de “el jefe”! Pero sí es verdad que me he llevado una alegría; es un lujo tener unos lectores como vosotros. Así que muchísimas gracias por vuestros comentarios (y no digo más, que me pongo cursi).

    De las recomendaciones concretas, me ha impresionado lo que decía ARP de Hawthorne; he leído sólo dos o tres cuentos suyos pero me parecieron magníficos…Me parece que tanto Hawthorne como Flannery son de la modalidad “hacha para el hielo”. De Flannery he leído también unos pocos cuentos, extraordinarios, y Sangre Sabia (que no me gustó) Por cierto, ARP, tengo que leerme lo que has escrito sobre ella (aunque no creo que pueda con las ¡36! entradas que la has dedicado…).

    Anoto puntos también para Saki, Calvino y Perec (aunque “La vida” parece claro que es lo mejor, lo que me gustó de “Las cosas” en la librería es que era cortito…mucho menos de las 300 páginas –nº conocido como límite de Javier-)

    Lo único malo de todo esto es que al final todos los libros que anoté (menos el del pobre Carlo Levi…) tienen partidarios…lo que no ayuda en la decisión. 🙂
    De Michael Russo no había oído hablar, y en cuanto a Natalia Ginzburg, Juanjo, aciertas de lleno: la he descubierto hace poco pero me encanta.

  16. pseudopodo dijo:

    Creo que tanto Topo como Javier tienen razón, sólo que Javier habla de lo que debe ser un buen ensayo y Topo de lo que a menudo son los ensayos que uno se encuentra. Precisamente La evolución del deseo (que sé que Topo ha leído) es un ejemplo de un libro con una tesis interesante al que le sobran la mitad de las páginas. En este caso, creo que es por afán enciclopédico, pero hay otros en los que es por locuacidad incontenible (como el de Marinoff que comenté hace no mucho) y como en muchos de José Antonio Marina (de acuerdo con Loiayirga en esto). Al mismísimo Ortega (¡sacrilegio!) le pasaba esto a veces… recuerdo que no pude acabar “Qué es la filosofía” porque daba vueltas y vueltas sin rumbo aparente: don José era un genio, pero tenía demasiada fluidez verbal…

    Claro que quizá esto sea un vicio español, porque una cuestión curiosa es que en esto del ensayo parece haber vicios nacionales: el lenguaje esteticista a la francesa, la pesadez germánica, el sensacionalismo simplón yanqui… (vaya sarta de tópicos) Yo me quedo con los británicos… sobre todo si se han educado en Viena (como Gombrich) Pero en fin, estoy viendo que (a) estoy cayendo en la locuacidad española y (b) ¡con esto se podría escribir otro post…!

    (Por lo demás, me da la impresión de que Maripili tiene razón en que esto pasa tanto o más con las novelas; sólo que yo soy muy selectivo con las pocas que leo. Pero debe haber cada bodrio…)

  17. Me animo a sumarme al coro de voces que cantan al ensayo frente a la novela, sólo por dos autores, la verdad. El primero de ellos, el que dio nombre al género, el Señor de la Montaña (Montaigne), cuyos Essais leí en los 3 volúmenes de Cátedra por una cuestión de orgullo y casi sin pestañear. Es una gozada pensar que estás trasegándote 300 páginas de debate sobre las virtudes de los dioses o cualquier otro tema que te traiga al pairo, sólo por el placer de leer cosas bien escritas, sensatas, con argumentos cuyo hilo puedes seguir durante horas y del que obtendrás una sabiduría que no te abrirá ninguna puerta ni te deparará ningún trozo del pastel. El segundo de los autores de ensayos que disfruto es Chesterton, que conocí con «Correr tras el propio sombrero y otros ensayos» (Acantilado, seleción de Alberto Manguel) y que desde luego es diametralmente opuesto: no hay argumentos más que pasionales, vitales y vividos; divaga; se contradice; va y viene; se repite y se repite mal; cita de memoria y mal… ¡me encanta!

  18. pseudopodo dijo:

    ¡No me había dado cuenta de daros las gracias por lo principal!: descubrirme que no soy el único al que le pasan estas cosas (telemaco, A.N. Ónimo, Maripili, Candelero, Juanjo…: gracias).

    Odd Librarian, creo que has ido a decir dos ensayos muy especiales, de los que se leen por placer como se lee la literatura, de los que son antídoto para la «acedia» en vez de sólo almacén de datos (y que no correrán el peligro de ser engullidos por la red que ve clodoveo11). Al menos, si los hubiera visto en la librería, los habría apuntado en mi lista….

    Desde que salió la edición de Montaigne en un tomo en la Biblioteca Aurea llevo mirándole con deseo; esta mañana he visto que ha sacado otra muy deseable edición Acantilado (así que estoy cometiendo adulterio en mi corazón)… Y en cuanto a Chesterton… bueno, creo que por aquí hay bastantes fans de GK. Yo, si no me he comprado el tomazo de Acantilado, es por puritanismo: tengo todavía la autobiografía sin empezar y me contengo.

  19. Nogrod dijo:

    Eres un maldito cretino, de eso no tenemos ninguna duda, pero no por leer la novedad te hará ser más interesante. En definitiva cretino, no vales ni para seleccionar libros.

  20. loiayirga dijo:

    Lo que parece no advertir Nogrod al escribir un comentario como el que antecede es que con sus palabras dice más de sí mismo que de la persona de la que habla. En realidad, eso pasa casi siempre (al comentar algo sobre algo descubrimos los presupuestos desde los que hablamos) pero en este caso es así completamente.

    Nogrod no ha incluido foto. No es necesario, el comentario lo retrata.

  21. loiayirga dijo:

    pseudópodo, te he enviado un email a tu cuenta de gmail sobre la película SHOAH.

  22. pseudopodo dijo:

    Gracias, Loiayirga, te contestaré con calma (a lo mejor hoy no puedo)

  23. beatriz dijo:

    soy una niña de 12 años que le encanta leer leo un libro nuevo por semana y por que mi madre no me deja y todos mis libros entan entre las 5 y las reelecione .Estoy escribiendo un libro pero no espero que se a publicado ni nada se llama Daria y el nuevo amanecer lla tengo 5 capitulo y muchas ides
    p.d me llamo bea

  24. Joaquin dijo:

    Hola, Pseudópodo. No conozco ninguno de los libros que has apuntado. Conforme pasan los años, no pierdo el gusto por leer historias, pero se me han quedado pocas entre las manos. Releería continuamente las historias de los patriarcas, de José y sus hermanos, de Samuel y de David, los Hechos de los Apóstoles… Y las Novelas Ejemplares de Miguel de Cervantes, que son una fuente de contento, y de alegría de vivir. En cualquier caso creo que el mayor enemigo de los libros es… la televisión.

  25. Joaquin dijo:

    Ah, por cierto, y ya que veo que lo citas, no me perdería el Quadern Gris, de J. Pla (preferentemente en catalán, con un mínimo entrenamiento).

  26. pseudopodo dijo:

    Beatriz, enhorabuena: yo, en todos los años que te saco, no he descubierto nada mejor que leer. Tu nunca te aburrirás.

    Joaquín, yo no he pasado del Génesis y los Evangelios, y tengo el Cuaderno Gris de Pla sin abrir en la estantería. Así que me das mucho material, y gratuito…

  27. ahora que no me ve nadie dijo:

    La ventana abierta
    Saki

    -Mi tía bajará enseguida, señor Nuttel -dijo con mucho aplomo una señorita de quince años-; mientras tanto debe hacer lo posible por soportarme.
    Framton Nuttel se esforzó por decir algo que halagara debidamente a la sobrina sin dejar de tomar debidamente en cuenta a la tía que estaba por llegar. Dudó más que nunca que esta serie de visitas formales a personas totalmente desconocidas fueran de alguna utilidad para la cura de reposo que se había propuesto.

    -Sé lo que ocurrirá -le había dicho su hermana cuando se disponía a emigrar a este retiro rural-: te encerrarás no bien llegues y no hablarás con nadie y tus nervios estarán peor que nunca debido a la depresión. Por eso te daré cartas de presentación para todas las personas que conocí allá. Algunas, por lo que recuerdo, eran bastante simpáticas.

    Framton se preguntó si la señora Sappleton, la dama a quien había entregado una de las cartas de presentación, podía ser clasificada entre las simpáticas.

    -¿Conoce a muchas personas aquí? -preguntó la sobrina, cuando consideró que ya había habido entre ellos suficiente comunicación silenciosa.

    -Casi nadie -dijo Framton-. Mi hermana estuvo aquí, en la rectoría, hace unos cuatro años, y me dio cartas de presentación para algunas personas del lugar.

    Hizo esta última declaración en un tono que denotaba claramente un sentimiento de pesar.

    -Entonces no sabe prácticamente nada acerca de mi tía -prosiguió la aplomada señorita.

    -Sólo su nombre y su dirección -admitió el visitante. Se preguntaba si la señora Sappleton estaría casada o sería viuda. Algo indefinido en el ambiente sugería la presencia masculina.

    -Su gran tragedia ocurrió hace tres años -dijo la niña-; es decir, después que se fue su hermana.

    -¿Su tragedia? -preguntó Framton; en esta apacible campiña las tragedias parecían algo fuera de lugar.

    -Usted se preguntará por qué dejamos esa ventana abierta de par en par en una tarde de octubre -dijo la sobrina señalando una gran ventana que daba al jardín.

    -Hace bastante calor para esta época del año -dijo Framton- pero ¿qué relación tiene esa ventana con la tragedia?

    -Por esa ventana, hace exactamente tres años, su marido y sus dos hermanos menores salieron a cazar por el día. Nunca regresaron. Al atravesar el páramo para llegar al terreno donde solían cazar quedaron atrapados en un ciénaga traicionera. Ocurrió durante ese verano terriblemente lluvioso, sabe, y los terrenos que antes eran firmes de pronto cedían sin que hubiera manera de preverlo. Nunca encontraron sus cuerpos. Eso fue lo peor de todo.

    A esta altura del relato la voz de la niña perdió ese tono seguro y se volvió vacilantemente humana.

    -Mi pobre tía sigue creyendo que volverán algún día, ellos y el pequeño spaniel que los acompañaba, y que entrarán por la ventana como solían hacerlo. Por tal razón la ventana queda abierta hasta que ya es de noche. Mi pobre y querida tía, cuántas veces me habrá contado cómo salieron, su marido con el impermeable blanco en el brazo, y Ronnie, su hermano menor, cantando como de costumbre «¿Bertie, por qué saltas?», porque sabía que esa canción la irritaba especialmente. Sabe usted, a veces, en tardes tranquilas como las de hoy, tengo la sensación de que todos ellos volverán a entrar por la ventana…

    La niña se estremeció. Fue un alivio para Framton cuando la tía irrumpió en el cuarto pidiendo mil disculpas por haberlo hecho esperar tanto.

    -Espero que Vera haya sabido entretenerlo -dijo.

    -Me ha contado cosas muy interesantes -respondió Framton.

    -Espero que no le moleste la ventana abierta -dijo la señora Sappleton con animación-; mi marido y mis hermanos están cazando y volverán aquí directamente, y siempre suelen entrar por la ventana. No quiero pensar en el estado en que dejarán mis pobres alfombras después de haber andado cazando por la ciénaga. Tan típico de ustedes los hombres ¿no es verdad?

    Siguió parloteando alegremente acerca de la caza y de que ya no abundan las aves, y acerca de las perspectivas que había de cazar patos en invierno. Para Framton, todo eso resultaba sencillamente horrible. Hizo un esfuerzo desesperado, pero sólo a medias exitoso, de desviar la conversación a un tema menos repulsivo; se daba cuenta de que su anfitriona no le otorgaba su entera atención, y su mirada se extraviaba constantemente en dirección a la ventana abierta y al jardín. Era por cierto una infortunada coincidencia venir de visita el día del trágico aniversario.

    -Los médicos han estado de acuerdo en ordenarme completo reposo. Me han prohibido toda clase de agitación mental y de ejercicios físicos violentos -anunció Framton, que abrigaba la ilusión bastante difundida de suponer que personas totalmente desconocidas y relaciones casuales estaban ávidas de conocer los más íntimos detalles de nuestras dolencias y enfermedades, su causa y su remedio-. Con respecto a la dieta no se ponen de acuerdo.

    -¿No? -dijo la señora Sappleton ahogando un bostezo a último momento. Súbitamente su expresión revelaba la atención más viva… pero no estaba dirigida a lo que Framton estaba diciendo.

    -¡Por fin llegan! -exclamó-. Justo a tiempo para el té, y parece que se hubieran embarrado hasta los ojos, ¿no es verdad?

    Framton se estremeció levemente y se volvió hacia la sobrina con una mirada que intentaba comunicar su compasiva comprensión. La niña tenía puesta la mirada en la ventana abierta y sus ojos brillaban de horror. Presa de un terror desconocido que helaba sus venas, Framton se volvió en su asiento y miró en la misma dirección.

    En el oscuro crepúsculo tres figuras atravesaban el jardín y avanzaban hacia la ventana; cada una llevaba bajo el brazo una escopeta y una de ellas soportaba la carga adicional de un abrigo blanco puesto sobre los hombros. Los seguía un fatigado spaniel de color pardo. Silenciosamente se acercaron a la casa, y luego se oyó una voz joven y ronca que cantaba: «¿Dime Bertie, por qué saltas?»

    Framton agarró deprisa su bastón y su sombrero; la puerta de entrada, el sendero de grava y el portón, fueron etapas apenas percibidas de su intempestiva retirada. Un ciclista que iba por el camino tuvo que hacerse a un lado para evitar un choque inminente.

    -Aquí estamos, querida -dijo el portador del impermeable blanco entrando por la ventana-: bastante embarrados, pero casi secos. ¿Quién era ese hombre que salió de golpe no bien aparecimos?

    -Un hombre rarísimo, un tal señor Nuttel -dijo la señora Sappleton-; no hablaba de otra cosa que de sus enfermedades, y se fue disparado sin despedirse ni pedir disculpas al llegar ustedes. Cualquiera diría que había visto un fantasma.

    -Supongo que ha sido a causa del spaniel -dijo tranquilamente la sobrina-; me contó que los perros le producen horror. Una vez lo persiguió una jauría de perros parias hasta un cementerio cerca del Ganges, y tuvo que pasar la noche en una tumba recién cavada, con esas bestias que gruñían y mostraban los colmillos y echaban espuma encima de él. Así cualquiera se vuelve pusilánime.

    La fantasía sin previo aviso era su especialidad.

  28. pseudopodo dijo:

    ahora que no me ve nadie, me has enseñado cómo puede hacerse un regalo en el mundo de los bits: ¡gracias! Y bravo por Saki 😉

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