Debía hacer un año que no iba a la Casa del Libro de la Gran Vía de Madrid. Ayer me dí ese gusto, aunque un poco a la carrera, que esto de tener hijos no permite muchas alegrías.
La Casa del Libro es la librería más grande de Madrid. Debía de tener ocho o nueve años cuando fui por primera vez, y luego volví muchas otras, cuando acompañaba a mi padre en sus excursiones a Madrid a ver exposiciones.
Tengo recuerdos muy vivos de esas visitas: la nebulosa trífida en la portada del Islands de King Crimson (entonces había sección de discos), los libros de Asimov de la editorial Bruguera, una pila de ejemplares de El amante de Lady Chatterley en la edición de Alianza (supongo que no era muy habitual ver un culo en la portada), un joven escondiéndose un libro de poesía en el abrigo… No entendía mucho de lo que veía, pero, con el tiempo, todo aquello acabó formando parte de mi vida: Islands sería unos de mis discos favoritos, leí casi todo Asimov, leí Lady Chatterley, y… eso no, nunca he robado libros.
Mientras las librerías tradicionales van desapareciendo una a una, la Casa del Libro todavía resiste a la FNAC y demás sucedáneos. Aunque haciendo concesiones: no se qué descerebrado ha decretado que hay que poner libros de frente en las estanterías. Quizá la quieren convertir en (como decía Vargas Llosa) …
…uno de esos helados y confusos libródromos donde lo que salta a la vista y agrede al comprador por todas partes es el libro-basura, el del consumidor pasivo y multitudinario, el idiota pavloviano de apetitos condicionados por la publicidad, en los que es imposible encontrar nada fuera de lo previsible, de los que ha quedado excluida de entrada toda pequeña joya exótica de interés particular -esa antigua edición, esa plaqueta o separata rarísimas, esa extravagancia impresa de circulación liliputiense- para dejar sitio sólo a lo que consume el mayor número.
Cada libro de frente ocupa el sitio de siete puestos de canto. Naturalmente, las «pequeñas joyas exóticas» están entre los seis que desaparecen. Hay algo, además, obsceno en esos libros que, en lugar de mostrar con modestia su lomo, exhiben impúdicamente sus portadas, antes de haber trabado ninguna intimidad con el lector.
Ya sé que son manías, y aquí va otra: no soporto los libros «grandes» sin coser. Hace poco me encontré que los tomos del Copleston ya no tenían cuadernillos. Da pena ver unos libros de consulta, de quinientas páginas, con las páginas pegadas. Los abres y se raja el lomo. Eso sí, al mismo precio que antes. Así que cuando ayer ví que todavía les quedaba el el segundo tomo (de S. Agustín a Escoto) en la edición cosida, tuve que comprarlo…
Y ahora las demás compras: buscaba Por qué tengo razón en todo de Leszek Kołakowski, del que había sabido via Efímera, pero no lo encontré. A cambio, me llevé La clave celeste y Libertad, fortuna, mentira y traición. A la vuelta, en casa, compruebo que este último es, según Cosma Shalizi, el peor de los libros de Kolakowski… me consuelo pensando que yo no debo ser tan exigente como él.
Buscaba también The sword of honour, de Evelyn Waugh, que tanto me había ponderado Javier. No lo tenían, y al final me fui con algo que no tiene nada que ver: El universo elegante, de Brian Greene, un libro que ya tiene entrada en la wikipedia en español. Me da vergüenza no haberlo leído todavía, y la edición de bolsillo es buena, bonita y barata (y tiene una letra legible).
En fin: no me llevé nada de lo que quería, pero volví muy contento.
Robar libros es una grosería, sobre todo escondiéndolos en el refajo, como el ladrón de sonetos.
En La Casa del Libro la técnica es la siguiente: cómprese un libro, gordo a ser posible («La Gran Transformación», de Karen Amstrong, por ejemplo), páguese religiosamente en caja. Deje el libro en casa y vuelva al día siguiente, tómese otro ejemplar del mismo libro de la estantería (ojo con comprar el último disponible) y llévese a la caja más cercana, donde le diremos al empleado de turno que nos han regalado ese tocho y que: A. Ya lo tenemos o B. Ya lo hemos leído. Al instante tendremos el importe del libro contante y sonante, mientras el libro nos espera en casa como lasciva amante.
En la FNAC y El Corte Inglés lo mejor es utilizar su prestigioso servicio de biblioteca, amparándonos en el lema «si no queda satisfecho, le devolvemos la panoja». En este caso escogemos un libro que tengamos ganas de leer pero no necesariamente de conservar («España perdiste», de Hernán Casciari por decir uno de un JASP de moda). Nos lo leemos con mucho mimo, nada de pringar las páginas con manchas de chorizo, y lo devolvemos una vez finalizado, utilizando los mismos motivos aducidos en el primer caso.
Las pocas veces que me acerco por Madrid mi actividad favorita es perderme en la casa del libro e irme con mis compras a tomar unos donuts de colores en el Dunkin de Gran Vía.
Trastear con libros es muy entretenido pero, por suerte (para quienes hemos vivido en sitios sin buenas librerías) o por desgracia (para muchos libreros), las tiendas de Internet (Amazon, B&N,…) surten a muchos lectores de cosas difíciles de encontrar que antes te aburrías de esperar encargándolas en tu librería favorita. Se pierde el encanto de hojear/ojear antes de comprar pero tiene sus compensaciones. Nunca he entendido por qué Amazon no se ha instalado en España. ¿Será la SGAE? ¿El gremio de libreros?
Mari Pili. Eres un rato mala.
DISCLAIMER: El propietario de este blog no hace necesariamente suyas las conductas expuestas por sus lectores, que lo hacen sólo a título personal y por supuesto hipotético. Cualquier problema legal que derive de esas conductas es responsabilidad excluiva del que las ejecute.
Uff, a ver si con esto me quito los problemas legales, Mari Pili, que a veces estas cosas no están muy claras… 😉 Ahora, entre nosotros: ¡qué lista eres!
Tengo que localizar ese Dunkin de Gran Vía, Javier, que cuando mis hijos sean algo mayores seguro que podemos hacer tu recorrido… Yo también me he preguntado por qué Amazon no se ha instalado en España… o en Méjico, que también nos valdría… En fin, al final The sword of honour tendré que pedírselo a Mr. Bezos.
Lo del no-Amazon de Méjico tiene fácil explicación. Amazon USA tiene una sección bastante grande de libros en español y les parece suficiente para cubrir el mercado nacional y mejicano. Creo que con el NAFTA esos movimientos de libros no se consideran importación. No es lo mismo si te haces traer un libro de Amazon USA a España. (Aunque, hay que reconocerlo, en general no se paga aduana si son envío pequeños y Amazon fragmenta los envíos en parte con esa intención).
Me encantan estas coincidencias (tal vez no lo sean tanto)
Siempre que voy a Madrid paro en esta librería y me paso una tarde abriendo ejemplares, cotilleando y comprando.
Me gustan especialmente esas estanterías que se deslizan – suelen estar en la sección de ciencia ficción – dejando al descubierto otras en su interior : parecen pasadizos entre arcanas bibliotecas ocultas (casi espero ver salir a Jorge de Burgos de un anaquel escondido;)
Saludos.
Lo único malo de la Casa del Libro es el precio de los ídem, especialmente cuando uno es un adicto impenitente. Confieso, sin embargo, que es un dinero gastado muy, muy a placer. Mi última visita -al de Goya, que es el que más frecuento, aunque esté mucho menos surtido- me llevó a la compra de cuatro libros (de bolsillo, eso sí): dos de Faulkner, uno de Saul Bellow y otro de McEwan. Y me fui con el deseo reprimido de llevarme la edición de Anagrama de «Experiencia», de Amis, y Austen, y Auster, y Dickens, y Zweig… Esa profusiòn de tentaciones es a veces dolorosa por lo mucho que me gustaría llevarme y lo poco que puedo. La Casa del Libro, con todos sus defectos, es un lugar para la felicidad.
¡Callar, callar! que me recordais los tiempos en que pasaba horas ¿muertas? dejándome el ojo en Hodges Figgis o Waterstones. En estas -y otras librerías de Dublin-tenían una sección de «Irish interest» y (re)ediciones de clásicos de los Estudios Célticos que me hacía babear. Allí me compré una edición de 1940 del Stories from the Táin de Osborn Bergin que tengo llena de anotaciones. De allí me traje una reedición de 1989 del «Amhrán Cearbhalláin» (canciones de Carolan) del Dr. Ó Maille (1917), en preciosa letra gaélica de antes de la normalización. ¿Y qué decir, diosas, del Winding Stair? Allí pasaba tanto tiempo que a unos cacos les dio ídem a robarme la cartera mientras cafeteaba, así que cacos de librería los hay de todas clases.
Panta, a mi también me encantan esas estanterías. No puedo resistir abrirlas todas…Y mira, tienen la ventaja de que ahí no ponen de cara los libros.
Agus, creo que con los libros a uno siempre le falta algo: al principio, el dinero. Luego, cuando tienes trabajo y ya vas pudiendo comprar más, el espacio. Y después, cuando ya tienes casa, los hijos no te dejan tiempo. En esas estoy ahora yo. Mi esperanza voy a tener que ponerla ya en la jubilación. Seguro que entonces me falta la salud…
Mujerárbol, eres un caso: el primero que conozco que en en vez de robar en la librería, le roban… ¡a ver si tienes más ojo! 😉
No te preocupes por la opinion de Cosma Shalizi. Una busqueda en Google te permitiria comprender que el tipo tiene un serio trastorno de la personalidad, debido basicamente a la poca atencion que su padre le brindo de niño.